El (anti)terrorismo es un hombre de paja

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Ricardo González Bernal

Coordinador del Programa Global de Protección de Article 19

@R1card0G0nzalez

El (anti)terrorismo es un hombre de paja

 

Después de los actos terroristas del 11 de septiembre en los Estados Unidos, la furia del entonces presidente George Bush (azuzado por los halcones neoconservadores de su gabinete, como Richard Perle, William Kristol y Paul Wolfowitz), declaró la guerra al terrorismo internacional o, para ser exactos, al terrorismo islamista. En los primeros años, el enemigo tomó la forma Talibán en Afganistán, luego en Irak adoptó el rostro de Sadam Hussein. Desde hace unos años, el rostro más reconocible del enemigo vive entre Siria y parte de Irak, bajo el nombre de Estado Islámico.

A más de una década de distancia, el efecto dominó que produjo el endurecimiento de las políticas y leyes antiterroristas en Estados Unidos en el mundo es evidente. Más de 30 países tienen algún tipo de legislación antiterrorista que confiere poderes (especiales) para circunnavegar la legislación vigente en aras de combatir el terrorismo. Además, existen otros tipos de leyes que combaten amenazas más locales, por ejemplo, para el combate al crimen organizado, los agentes extranjeros, las pandillas internacionales y un largo etcétera.

 

A nivel regional y global, existe un aparente consenso pleno al señalar al terrorismo y, particularmente, al extremismo violento, como una de las grandes amenazas compartidas de nuestros tiempos. El resultado del andamiaje dentro del Sistema de Naciones Unidas ha tenido un éxito bastante limitado. Basta ver cómo la mayoría de este tipo de leyes a nivel nacional han servido como vehículo o pretexto para la violación de derechos humanos.

 

Enmarcar la discusión y sobre todo cualquier legislación utilizando el lenguaje del terrorismo y antiterrorismo, ocasiona la invisibilización de las necesidades, pero sobretodo de los efectos que tiene en el ejercicio de derechos humanos en prácticamente todos estos países. La redacción a menudo laxa o nebulosa de estas leyes ha abierto el paso, concretamente, a condiciones de vulnerabilidad para el derecho a la igualdad y la no discriminación, el derecho a la privacidad, las libertades de expresión, asociación, manifestación pacífica, así como de creencias y culto.

Ante la próxima sesión del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, más de 58 organizaciones de derechos humanos y de la sociedad civil firmaron una carta dirigida al Alto Comisionado de Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, para expresar, primero, la preocupación por la falta de resultados en la protección de derechos humanos como un eje sustancial a los esfuerzos para combatir el “terrorismo internacional”. En segundo lugar, para proponer la elaboración de una definición compartida del término “extremismo violento”. Esto con la finalidad de visibilizar el tema relacionado con la protección de derechos y libertades, así como para romper de tajo con las limitaciones de la perspectiva terrorismo-antiterrorismo, para que eventualmente esta sea incorporada de manera sucesiva en las legislaciones nacionales.

 

Los gobiernos del mundo llevan más de una década construyendo y combatiendo un espantapájaros; cada uno ha vertido ahí los miedos de las clases políticas gobernantes. En Estados Unidos y la Unión Europea, so pretexto de vencer a Al Quaeda y ahora al Estado Islámico; en México, combatiendo al crimen organizado; en El Salvador, combatiendo a las Maras. El déficit es dolorosamente evidente.

 

De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo 2015, del Instituto para la Economía y la Paz, durante 2014 el 78 % de los incidentes y muertes se concentraron en cinco países, Nigeria, Irak, Siria, Afganistán y Pakistán. Para la próxima edición, el panorama estadístico habrá cambiado de manera importante al registrarse los actos terroristas en París. La cifra de muertes se incrementará de manera dramática y Francia se sumará al grupo de países en donde se concentra el terrorismo. Aunado a lo anterior, la agudización de la crisis de refugiados hacia Europa y Estados Unidos, ha servido como pretexto para la propagación de discursos nacionalistas y xenófobos.

 

Ambos factores presentan un escenario poco alentador para la protección de derechos humanos a nivel global. Resulta urgente que a nivel internacional se redoblen los esfuerzos para incrustar la perspectiva de derechos humanos en el combate del extremismo violento, el cual ha estado monopolizado por las perspectivas belicistas y la retórica del terrorismo-antiterrorismo o aliado-enemigo.

 

El Alto Comisionado, Zeid Ra’ad Al Hussein, tiene la oportunidad de que en la 31º Sesión del Consejo finalmente se logre dar un golpe de timón a lo que pudiera significar la continuación de un tragedia para la humanidad, por sus efectos humanitarios, políticos, sociales y culturales. Basta ya de activistas, defensores de derechos humanos y militantes de oposición encarcelados de manera injusta mediante leyes vagas y draconianas. No olvidemos, por ejemplo, que el gobierno del gobernador Javier Duarte de Veracruz intentó procesar a dos usuarios de Twitter por enviar un mensaje, bajo cargos de terrorismo equiparado. La demencia de la lucha en contra del terrorismo no nos es ajena en México.

 

Basta ya emprender batallas ilegítimas e ilegales en contra de la diversidad y el pluralismo bajo el pretexto de amenazas fantasmagóricamente exageradas.

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