(Ensayo) Organización de la otra política zapatista

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Satya Chatillon Sánchez

Estudiante. Facultad de Filosofía y Letras (UNAM)

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Y luego ¿qué hacemos?

Organización de la otra política zapatista

La revolución, como el amor, se hace siempre al día siguiente. El mero día, es la guerra, o la fiesta, según el caso. Lo común, sin embargo, es que en ese momento es simplemente imposible ver más allá de lo que acaba de acontecer.

Una revuelta, una irrupción, un acontecimiento es aquello que viene a desestabilizar un orden establecido. Una revuelta, una irrupción, un acontecimiento es aquello que con su llegada logra perturbar lo que era entendido por normalidad. Un evento como este, es siempre impredecible; es de hecho incalculable y en ocasiones hasta impensable. Esto se debe a que la constitución misma de estos eventos es la de alterar y empujar, a su llegada, los límites de lo que anteriormente era posible. Slavoj Žižek propone una definición de acontecimiento como “algo traumático, perturbador, que parece suceder de repente y que interrumpe el curso normal de las cosas, algo que surge aparentemente de la nada, sin causas discernibles, una apariencia que no tiene como base nada sólido”.[1] Un acontecimiento, pues, es aquello que irrumpe e interrumpe. Así se le reconoce.

El 1 de enero de 1994, un ejército de indígenas le declaró la guerra al Estado mexicano. Con sangre y fuego, y con el conocido grito de ¡Ya basta!, irrumpieron e interrumpieron en una historia que parecía desarrollarse bajo la normalidad. El 1 de enero de 1994, en las montañas del sureste mexicano, ocurrió un evento que marcó un antes y un después de lo que era posible y pensable en la política de nuestro país.

La cuestión aquí no es hablar de los 10 años de preparación política y militar que posibilitaron el levantamiento del EZLN. Tampoco se tiene la intención de analizar las condiciones de miseria, de desigualdad y de marginalidad que se padecían en esas épocas al sur del país. No es cuestión, pues, de buscar las “condiciones objetivas necesarias” para que una insurrección acontezca. Lo que aquí se quiere abordar no es el antes, sino el después de un evento como estos. Pensar aquello que no fue planeado, aquello que no estuvo preparado, eso que resultaba impensable la víspera, y que, sin embargo, ocurrió. Pensar un acontecimiento como este, es pensar aquello que únicamente después de la insurrección se abrió como posibilidad. En una segunda parte de su definición, Žižek dice que un acontecimiento es siempre “un efecto que parece exceder sus causas”[2]. Podríamos afirmar que eso fue el levantamiento zapatista: un quiebre que sorprendió toda predicción posible, un evento que terminó desbordando cualquier intento de cálculo y preparación previa.

Quizá todo esto tenga que ver con lo que dice Alain Badiou sobre un encuentro con lo imposible. Un evento como estos es una experiencia en la ocurre algo cuya naturaleza es literalmente imposible para el mundo tal cual estaba. En la víspera del levantamiento, en la realidad del México salinista listo para entrar a la economía globalizada y formar parte de la liga de los “países desarrollados”, resultaba simplemente imposible que un grupo de indígenas apareciera declarándole la guerra a un ejército veinte veces mayor que el propio, que tomara cinco cabeceras municipales y que estallara una guerra en el país. Los límites de lo posible en ese momento, hacían todavía más imposible que un grupo de indígenas, perdidos en algún rincón de las selvas y las montañas chiapanecas, apareciera alzando las armas, pero sobre todo alzando la voz, y que frente a ello, el resto del país, el mundo entero, escuchara.

Al día siguiente del levantamiento, dicen ellos, lo que se presentó fue un dilema, y con él la necesidad de una elección[3]. Es cierto, más que el quiebre en sí mismo, más allá del grito y la violencia intrínseca a toda ruptura, el dilema comienza aquí: “al día siguiente”. Justo después de la aparición de algo imposible. ¿Qué pasa después de que algo aconteció poniendo un signo de interrogación sobre lo que era normalmente aceptado?, ¿qué sigue luego de un evento como estos que llega haciendo un quiebre fundamental en lo que parecía ser una continuidad? Tras el estruendoso momento de la insurrección, viene el tiempo del silencio. Aquél en el que empieza a plantearse toda una nueva serie de preguntas.

Dice Badiou que el trac es aquella cosa en nosotros mismos que se revela contra toda posibilidad de riesgo[4]. Es una especie de instinto natural de conservación, un instinto de mantener las cosas tal cual están, que reacciona frente a todo aquello que represente una novedad. Para decirlo de forma simple, tiene que ver con esa parte conservadora en todos presente. Por más mala que sea la situación actual y por mucho que se hable de la necesidad de modificarla, inmediatamente después de algo novedoso, este instinto aparece. Y es que hablando honestamente, una revolución, una interrupción en el orden cotidiano, no se caracteriza por ser algo agradable; lo que viene a intervenir en la normalidad de lo que somos, interrumpe en el sentido más literal: desestabiliza, perturba, desorienta. Después de que llega, nadie está seguro de que esto nuevo era realmente deseable[5], y antes de que ocurra, nadie esta “listo” para poder recibirlo. Es entonces, al día siguiente, al instante posterior a cuando algo aconteció, que lo que se pone en juego es este instinto conservador, una fuerza que empuja hacia volver a ser lo que éramos, y el vértigo que implica dar un paso hacia lo desconocido. Una lucha interna se abre paso.

Uno de los mejores argumentos que tienen los conservadores del mundo en contra de toda tentativa de cambio radical, consiste en señalar que la situación futura podría ser mucho peor de lo que es ahora. El miedo a los totalitarismos y sus constantes reminiscencias, es el elemento perfecto para justificar un mundo de seguridad, de control y de prudencia en el que cualquier idea de horizonte está prohibida. Sin embargo, el miedo a los finales desastrosos no es sólo un fantasma al que recurren los poderosos para hacer desistir todo intento político original. El miedo a los malos finales está muy presente también en nuestras revueltas actuales. Y es que hay algo real y verdadero al interior de este miedo: no existe irrupción política portadora de novedad que esté exenta de riesgos. Más aún, toda tentativa revolucionaria, para realmente serlo, carece siempre de garantías y seguridades, y es que el riesgo forma parte de la fragilidad intrínseca de todo aquello que está por ser creado.[6] En un mundo que tiene como eje principal la seguridad y el miedo al fracaso, resulta en sí mismo novedoso tomar el camino de lo incierto, aquél en el que no hay garantía, aunque se sepa con certeza que por ahí se debe de andar.

Decíamos pues de la guerra, y de cómo, cuando estalló, se presentó un dilema.

En una entrevista con Julio Scherer, el Subcomandante Marcos[7] habla de una tendencia en los movimientos revolucionarios, sobre todo en aquellos de carácter guerrillero, que suelen continuar con la inercia de la lucha armada, suelen seguirla, prolongarla, y de esta forma acaban llevándola demasiado lejos. Movimientos armados que luchan por una causa justa, que terminan consumiéndose a sí mismos y, en una lógica militarista, se van alejando cada vez más del aspecto social que les dio origen y sentido. Al nacer y crecer como un ejército, y sobre todo al momento de salir a la luz pública declarando una guerra, el EZLN se enfrentó necesariamente a este problema.

El malestar, muchas veces puede ser comprendido como la frustración de padecer siempre los mismos problemas, como la impotencia de sentir que se repiten una y otra vez, y que lo seguirán haciendo del mismo modo al infinito. “No hay nada peor que heredar la miseria y la desesperanza”[8]. No hay nada peor que dejarles a los que vienen un mundo donde se van a repetir los mismos problemas que hoy se padecen. En el mundo tal cual estaba, lo posible era una vez más indígenas levantándose en armas, luchando por una vida digna, y volviendo a escribir la historia de su muerte. Los muertos de siempre, muriendo de nuevo, por una enfermedad curable, o por una bala del ejército enemigo. En cierto sentido, era fácil pasar a la historia como otro movimiento guerrillero que luchó, murió y quedó en la gloria. En cierto sentido, en momentos como este, lo más fácil quizá era reeditar las derrotas pasadas, volver a cometer los mismos errores y permanecer en el confuso ciclo de la historia que se repite. Dice Marcos en esta entrevista, que con ellos algo cambió. En algún momento en el contacto con las comunidades, perdimos esta vocación; renunciamos al culto a la muerte.[9]

Mantenerse fieles a aquello que se había abierto como posibilidad, pasó, en ese momento, por hacer un alto al fuego y continuar por el camino del diálogo y la negociación; por lograr resistir a su ejército y lograr resistir a sí mismos; por hacer una guerra en la que los muertos de siempre murieran de nuevo, pero ahora para vivir. “Nadie lo escuchó entonces, pero en los primeros balbuceos que fueron nuestras palabras advertimos que nuestro dilema no estaba entre negociar o combatir, sino entre morir o vivir.”[10] En aquella ocasión, como en otras posteriores, la normalidad que lograron combatir fue aquella de su propia muerte.           

Después del grito vino el silencio, y después del silencio, la palabra, es decir, la construcción.

La pregunta por el después, por el después de un momento de quiebre, por la apertura de posibilidades que ahí aparecen, finalmente se acaba convirtiendo en la pregunta por lo que se hace o se puede hacer, al día siguiente, con ellas. En otras palabras, la pregunta por el después toca fundamentalmente el problema de cómo darle continuidad y duración a aquello nuevo que la ruptura recién vino a enunciar.

Este sistema, el capitalista, ha demostrado que para mantenerse y reproducirse necesita una constante renovación de sí mismo. Su fineza, y con ella su perversión, consiste precisamente en el mecanismo de utilizar el cambio constante para imposibilitar todo cambio sustancial. Novedad, cambio, ruptura, todos ellos para mantener el orden imperante. Pareciera, pues, que el control y el domino que se ejercen actualmente ya no son sólo de carácter estático y rígido frente a los cuales toda idea de movilidad aparece necesariamente como liberadora. Más bien, parece ser un poder opresor anclado en el movimiento permanente lo que hoy nos domina.

El sistema actual, podríamos decir, ha llegado incluso a ser capaz de darle cierta cabida a las irrupciones sociales. Es ya conocido que también de ellas se pueden hacer modas y obtener ganancias. Podríamos decir que este sistema les da cabida y se sirve de ellas siempre y cuando cumplan con una condición: que no duren. Revueltas que son recuperadas; explosiones masivas que se convierten en una novedad más; protestas generalizadas que se diluyen cuando dejan de ser noticia De acuerdo, sí, pasemos a lo siguiente. Entonces nada ha cambiado, todo se ha mantenido en la pura novedad.

En este contexto, y después de las múltiples movilizaciones y gritos de indignación en distintas partes del mundo, el problema hoy pareciera estar menos del lado de la revuelta y el quiebre que de lograr construir una cierta permanencia, una permanencia distinta al estado de cosas actual.[11]

Pasar de la pregunta por el movimiento a aquella por el establecimiento resulta siempre una empresa peligrosa. Sobre todo después de que preguntar por la construcción de un nuevo estado de cosas parecía necesariamente hacer mayúscula la primera letra de dicho estado. Es posible identificar en el pensamiento crítico contemporáneo una distinción entre posturas más de tipo “estatistas”, de otras a quienes se les conoce como “movimientistas”. Las frustraciones, finalmente, las conocemos por los dos lados. Tanto cuando el movimiento, en su gran apertura, se esfumó en el aire, como cuando se hizo piedra en un Estado igual o más autoritario que aquél que buscaba combatir.

Si comprendemos una revolución como el paso de una situación dada, al quiebre y al establecimiento de una nueva situación, podríamos identificar el centro del problema en el carácter de esto nuevo que toca establecer. Entonces podríamos preguntarnos: ¿Cómo sería la posibilidad de construir una forma de durar que fuera de otro tipo?

Quisimos construir otra forma de permanecer juntos. Una que trascendiera el encuentro inicial, pero que mantuviera abierta la rebelión en la cual nos encontramos.

Partiendo del hecho de que la organización es aquello que permite construir cualquier clase de duración, el problema podría identificarse puntualmente en el tipo de organización que hace que lo nuevo dure. Hablando sobre tipos de organización, sabemos todos del EZLN, de su estructura militar, y de cómo, para bien y para mal, protege y sostiene al movimiento zapatista. Sería propio de otro lugar abordar este tema y sus múltiples implicaciones; aquí, por lo pronto, si es cuestión de pensar la organización, pero sobre todo aquella que arroja luces sobre otro tipo de duración, parece entonces ser el otro gobierno el que toca ponerse a pensar; ese, el de las Juntas de Buen Gobierno.

Hablar de una organización política distinta, parte del supuesto según el cual para construir una sociedad más igualitaria, no sólo es necesario abordar el problema en términos económicos sino también, y de forma central, en el plano de lo político. Es decir que el tema de quién manda y cómo manda es fundamental en la posibilidad de crear una mayor igualdad y libertad en términos sociales. Una forma de abordar el problema del ejercicio del poder parte de la básica separación entre quienes ejercen el acto de mandar y aquellos sobre quienes esta acción recae: los que son mandados. Esta separación, quizá desde siempre ha estado sostenida por una distinción entre las personas que le otorga una especie de “derecho de mando” a unos sobre otros (por una cuestión de conocimiento, de virtud, de antigüedad, de riqueza, etc.). Hay algo, sin embargo, en el gobierno de los mejores, de los más preparados, de los más fuertes, de los más… lo que sea, que por mucho que se hayan ganado ese derecho, parece causar cierto problema. Y es que aun en el mejor de los casos, la igualdad y la libertad parecen siempre llegar a un tope. Vienen entonces las ideas de que estaría bueno crear otro tipo de política, una en la que no haya quienes siempre ejerzan un poderío y otros que siempre lo padezcan, que habríamos de construir una sociedad en la que los unos y los otros manden[12].

En sus “Diez tesis sobre la política”, Jaques Rancière retoma a Aristóteles e identifica el mandato político como el mandato entre iguales, es decir en la acción paradójica de mandar y ser mandado[13]. Esta paradoja –pues es acción y pasividad simultáneas-, sostiene, se contradice con el modo “normal” del ejercicio del poder, que se caracteriza por su carácter unilateral. Tal noción parece no estar lejos de la idea más simple de democracia directa, en la cual son las mismas personas las que gobiernan y son gobernadas. La toma de los cargos de gobierno de forma rotativa por la misma gente de la comunidad, así como los mecanismos para evitar la formación de lo que nosotros conocemos y padecemos como “una clase política”, podrían hacernos pensar al otro gobierno zapatista como una experimentación singular de un “gobierno entre iguales”.

Al inicio de su texto, sin embargo, Rancière había partido de una definición de la política como “un modo de actuar específico puesto en acto por un sujeto específico”[14]. Este sujeto específico, el demos, se constituye como político debido a que representa la excepción a cualquier lógica de dominación. Frente a todas las formas de ejercer el poder, este sujeto está conformado por aquel sector de la sociedad que queda siempre excluido, aquél que no tiene palabra para hacer escuchar, ese que, frente a toda cuenta y distribución de lo social, conforma el sector que queda siempre fuera-de-cuenta[15].

Decíamos que mientras la emancipación es la batalla por que un otro, algo externo, deje de ejercer un grado de opresión y dominación sobre nosotros, también parece estar en gran medida atravesada por la posibilidad de emanciparnos de una parte de lo que actualmente somos. Es decir, que en ciertos momentos la lucha radica en la posibilidad de transgredir, desde el interior, una propia forma de hacer que nos parecía obligada y que parece repetirse necesariamente. Conocemos ya la crítica que señala cómo, dentro de los movimientos de emancipación, se repiten constantemente los mismos esquemas de opresión contra los que se lucha al exterior. Por ejemplo, mientras que se busca defender a los excluidos de la sociedad, vuelven a invisibilizarse quienes se encuentran de cierta forma también excluidos al interior de la resistencia.

Cuando la lucha binaria “nosotros contra ellos” no es suficiente para construir una política y una sociedad más igualitaria entre nosotros, y en el intento de revertir lógicas específicas de política y de poder en la organización interna, podemos suponer que hay algo en la parte-de-los-incontados que sugiere Rancière que ocupa un lugar central. En este caso, no nos referimos a los excluidos de la sociedad en general, sino específicamente a aquellos que se generan al interior de la resistencia, esos que podríamos llamar los excluidos entre los excluidos.

Una mujer indígena, que no sabe leer ni escribir, que tampoco habla español, pareciera formar parte de aquel sector que queda siempre y necesariamente excluido. No es difícil imaginar a un movimiento, por más revolucionario y liberador que sea, donde esta figura siga estando minimizada o colocada nuevamente en la periferia.

Entonces, podríamos empezar afirmando: darle palabra a quienes, aún dentro del nosotros, no tenían palabra para ser escuchada. Reivindicar la parte de la lucha, antes que nada, de toda esa gente que en primera instancia parece no valer ni contar nada. Hacer imagen y emblema del movimiento mismo aquel sector que simboliza el foco más radical de aquello que debe ser tomado en cuenta. Es posible identificar un gesto de este tipo en el discurso que emitió la comandanta Esther en San Lázaro en el año 2001: “Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora, soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento, soy indígena, y soy mujer, y eso es lo único que importa ahora […]”, palabras por las cuales habló y se vio representado todo el movimiento.

¿Qué sería, en última instancia, intentar llevar estas ideas un tanto más lejos? Quizá que fuera precisamente ese sector, el que no se toma en cuenta, el que empezara a mandar al interior del movimiento.

El gobierno autónomo zapatista constituye uno de los pocos ejemplos a gran escala en los que es posible que una identidad como la mujer indígena no sólo tenga un lugar y sea incluida en la resistencia, sino que tome el poder y forme parte del propio gobierno. Esta forma de gobierno parece haber ido un paso más allá de la simple idea del mandato entre iguales; parece, de cierta forma, radicalizarla. Y es que aun cuando se dice que no hay distinción entre gobernantes y gobernados, y aun cuando se abre para todos la posibilidad de ocupar cargos de gobierno, son en general las mismas identidades -las que normalmente mandan- las que terminan ocupándolos. El pequeño vuelco, en este caso, podríamos identificarlo en el momento en que la organización empieza a preocuparse por la preparación de todos aquellos que han estado siempre en la condición de los mandados, de tal modo que les sea posible ocupar puestos de poder[16]. Entonces, ya no son sólo “los más fuertes”, “los más experimentados” o “los más preparados” los que dirigen y forman el propio gobierno, sino que empiezan a tomar el poder aquellos que no están supuestos tomar el poder.

La democracia, para Rancière, es cuando el demos “habla cuando no tiene que hablar, […] toma parte en aquello de lo que no hace parte”. Pero también, y más radicalmente, la democracia es “el mandato de lo que no manda[17]. Ese momento en el que se combaten las lógicas de dominación, sean estas legítimas o ilegítimas, y diríamos aquí, en una igualdad que se construye con el mandato del demos interno[18]. En palabras de los mismos zapatistas, podríamos decir que no sólo es cuestión de que el pueblo mande y el gobierno obedezca, sino también de que el gobierno esté conformado por ese pueblo que antes no mandaba.

Si toda pregunta por la permanencia parte del problema de que en general los modos de establecer (formas de gobierno, instituciones…) acaban clausurando toda posible movilidad y revuelta interna, aquí se intentó desplazar esta pregunta hacia lo que podría ser una otra forma de duración. Las Juntas de Buen Gobierno, en el caso zapatista, son el intento de ir más allá del mero momento de la revuelta y la insurrección armada. Y al mismo tiempo, son un caso particular de otro tipo de permanencias que se están intentando construir.

En este caso, señalamos “el mandato de lo que no manda”, por una parte, porque logra cuestionar un paradigma social y las posibilidades de lo que entendemos por política y ejercicio del poder. Pero por otra parte, porque este pequeño quiebre, al momento de hacerse parte constitutiva de la organización interna, puede ser un elemento importante para subvertir ciertas lógicas de dominación de forma concreta, sin contraponer esta subversión con la posibilidad de una política establecida de largo plazo. En este sentido “el mandato de lo que no manda”, la toma de cargos de poder por quienes no deberían hacerlo, por quienes nunca lo habían hecho, puede ser un mecanismo a tomar en cuenta a la hora de construir otro tipo de organizaciones, unas que permanecieran un poco más “abiertas”. O en todo caso, puede ser una pista en la búsqueda de nuevas formas comunes de construir, de establecer dinámicas y organizaciones políticas que no traicionen la revuelta y se cierren tan pronto fueron creadas. En todo caso, en el simple intento de articular y aterrizar una idea, el mismo riesgo de terminar clausurando y volviendo rígido lo que antes era pensamiento, también se hace presente.

“El mandato de lo que no manda”, ciertamente no resuelve los problemas antes planteados[19]. Y en ningún sentido se pretende sugerir la idea de que los zapatistas por fin han logrado construir un gobierno que es equitativo y que combate toda lógica de dominación[20]. De hecho es importante aclarar que aquí no se apuesta por un modelo de organización en el que finalmente no existan lógicas de poder, de dominación, de mandato de “los más fuertes”, entre otras cosas. No es cuestión de intentar superar el establecimiento de la política con el movimiento de la rebelión. La idea de un modo de gobierno establecido pero inestable, instaurado pero con cierto grado de movilidad, no se refiere al logro final de una organización ideal que funda en una sola cosa política y revuelta. Aquí, lo que se piensa, es que hay una distancia insalvable entre ambas. Pero también, que siempre se encuentran en un grado de tensión. La apuesta sería más bien la de empezar a señalar esos momentos donde dicha tensión se reconfigura de formas originales. La de voltear a ver aquellos casos que, en su situación específica, construyen nuevas experiencias de organizarse y vivir en común, experiencias que pueden hacernos algunos guiños.

En fin, quizá aquí sea útil la imagen zapatista de que lo que buscamos son las pequeñas piedritas, esas que podemos tomar para ir construyendo el camino. Piedritas que nos permitan caminar tantito, liberarnos tantito y construir una nueva vida en eso que hemos caminado.

[1] Slavoj Žižek, Acontecimiento p. 16

[2] ibíd.., p.17

[3] Comunicado Entre la luz y la sombra, 2014 http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2014/05/25/entre-la-luz-y-la-sombra/

[4] Hace referencia a una sensación propia del teatro que se identifica específicamente en el momento previo a salir en escena. Una fuerza que se revela ante a la posibilidad de abandonar por un momento la propia seguridad y exponerse, mostrarse frente a los otros. Alain Badiou, http://www.theatre-video.net/video/Alain-Badiou-Comment-vivre-sa-vie-Les-Controverses-du-Monde-en-Avignon-69e-Festival-d-Avignon

[5] Lo que representa un quiebre fundamental no es, en todo caso, algo que corresponda al clásico esquema deseo-algo que llega para saciar ese deseo. De ahí la apertura de posibilidades, de pensables que antes no eran pensables. Tal vez, aunque quién sabe, se parezca más a algo que no viene a responder a deseos anteriores, sino más bien a crear otros nuevos.

[6] Alain Badiou, Le Monde, daté du 15 août 2015 La leçon de bonheur d'Alain Badiou

[7] https://www.youtube.com/watch?v=OlcLvgELamA&index=2&list=PL82E759A1D384F02D

[8] idem

[9] Ibid

[10] Entre la luz y la sombra. Subcomandante Insurgente Marcos. http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2014/05/25/entre-la-luz-y-la-sombra/

[11] Festejar el movimiento y la apertura por sí mismos, aún cuando al día siguiente de las movilizaciones el desánimo es aplastante y no se ha logrado gran cambio en las condiciones de vida de las personas, es un elemento a pensar sobre el pensamiento crítico contemporáneo. En el momento actual, y sobre todo frente a las brutales embestidas neoliberales en todo el planeta, parece imposible no volver a plantearse las preguntas por el mediano y el largo plazo, por la creación de estructuras, de marcos que posibilitan otro tipo de vida, otro tipo de cotidianeidades, unas que van más allá del mero momento del encuentro colectivo y la revuelta generalizada.

 

[12] Que no es lo mismo a que “nadie mande”, como la reivindicación según la cual todo poder sería ilegítimo, que nadie ha de mandar sobre los otros y por lo tanto que no debe de haber gobierno alguno.

[13] Jaques Rancière, Política, policía y democracia. tesis 2 p. 61

[14]. Ibid., tesis 1 p. 59

[15] Ibid., tesis 4 p. 65

[16] Recuerdo, en uno de los libros de texto de la Escuelita Zapatista, la descripción de algunos casos en los que quienes habían sido elegidos como representantes de la comunidad, eran personas que no hablaban español, que no sabían escribir, y que nunca habían salido a ningún lugar que estuviera muy retirado de su pueblo. Ahí se hablaba de un tiempo que era dedicado específicamente para enseñarle a estas personas todo lo que necesitaban para poder ocupar el cargo de gobierno. Me parece que esta tarea de formación le correspondía a quienes ya habían ocupado anteriormente cargos en el Buen Gobierno. (¿cita?)

[17] Ibid., tesis 4 p. 64

[18] Para este autor, sin embargo, la democracia no sería el fundamento de una política o de una forma de organización específica, sino más bien aquello que pone en cuestión el fundamento mismo de toda organización. Frente a cualquier orden establecido, localiza la democracia en el momento específico en el que los de abajo alzan la voz y toman parte en una distribución de lo social que no los tomaba en cuenta. Mientras identifica la democracia como el momento propiamente político, este momento es comprendido como algo excepcional, como una interrupción, como un alto momentáneo en el curso normal de las cosas (el de la dominación de unos sobre otros). Aquí, sin embargo, quisimos preguntarnos no tanto por aquello que viene a romper con un orden establecido, sino por la posibilidad de construir una duración que trascendiera lo puramente acontecimental. Por ello, aunque retomando al autor, quizá se haga evidente una cierta distancia sobre lo que podría ser la democracia o “lo propiamente político”.

[19] Y al mismo tiempo abre todo un horizonte de reflexiones. Dejar de considerar que habrá quienes nunca serán capaces de hacer ciertas cosas, y que por lo tanto las lógicas de poder serán siempre las mismas. Si hay algo que me parece valioso en esta idea, es que a fin de cuentas no está hablando de otra cosa que de descubrir y trabajar las propias facultades: la capacidad de gobernar por uno mismo, de hablar por uno mismo, de pensar por uno mismo…

[20] La noción misma de “la-parte-de-los-incontados” parte de la idea de que en todo conjunto social, sea este del tipo que sea, hay un sector que está siempre excluido, que no es tomado en cuenta, idea incompatible con la realización de un modelo social en el que no existan lógicas de exclusión ni de dominación.

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Comentarios3
  • Isabel

    Buen ensayo, bien documentado, aunque se basa en el ejército zapatista, que tiene mucha luz y sombra, luz por qué irrumpió en nuestra cotidianidad , no 100% creíble por qué lo supimos por medio de la televisión, inmediatamente, con escenas y todo; esa televisión que es la que manda en el cerebro de los menos preparados, de los de la periferia, de los que nunca podrán mandar y que sin embargo son necesarios para poner al que sí puede mandar. A pesar de todo la rueda de la historia indica que los cambios verdaderos se dan, no los orquestados, no los que llevan coreografía, la cuestión presente es que con la reprensión tan descarada, las personas tienen claro que quien inicie no vera los resultados

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    7 diciembre, 2015
  • Gabriel Sánchez Dìaz

    Un ensayo lúcido, creativo, reacio a paradigmas y fraterno de cuestionamientos y preguntas de largo aliento que ningún movimiento ha podido hasta hoy resolver. Vale mucho la pena reflexionar como tu lo haces en lo que ocurre posteriormente a la revuelta, estar alertas ante la usual clausura del ciclo transformador. La importancia de la perdurabilidad de la pulsión de la revuelta en el momento en que ésta se instaura como poder y gobierno. Me gusta que no des repuestas definitivas a lo que debiera ocurrir después del acontecimiento que trastoca lo existente, al mismo tiempo que no lo dejas como una interrogación abierta para ver quien llena esos huecos. El ensayo ofrece señalamientos, claves, de probabilidad diferente, para lograr esa perdurabilidad; atractivo que no definas una llave salvadora para el tema dominación- dominados, pero que sí apuntes, una posibilidad, entre otras, en el otorgamiento de voz y mando para los excluidos de los excluidos.
    Creo, sin embargo, que el tema de la perdurabilidad de eso que diría pulsión de una alteración radical (inspirándome, aunque en otro contexto intelectual, en las ideas de Castoriadis sobre autonomía y creación) requiere medirse con los grandes, complejos y densos conglomerados de poder y gobierno instituidos en la sociedad global. Visto desde ese lugar la experiencia específica que da origen a tu ensayo pareciera que su parte exitosa es porque se realiza, pese a sus múltiples asedios, in vitro. De ahí mi observación de que los temas significativos que planteas -para mi gusto pertinentes para cualquier alteración radical-, pudieran “medir” su potencialidad en ámbitos de mayor amplitud y complejidad social. Entiendo que esto excede el objetivo de tu ensayo pero me parecería un ejercicio muy atractivo poner en juego tus ideas en los ambientes donde esas piedritas que vas colocando en el camino no sean arrasadas por un simple viento. Felicidades por tu ensayo.

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    16 diciembre, 2015
  • GERARDO REYNOSO

    El ensayo ta'bueno, de hecho ya todo esta anializado, entendido y sobreestudiado, entonces para que darle vueltas al asunto.
    Mejor serian las propuestas, nuevas acciones, cambio.
    Saludos.

    Responder
    16 diciembre, 2015

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