Margensur (Tiempos y destiempos)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3

Tiempos y destiempos

 

¿Qué es, pues, el tiempo? Cuando nadie me lo pregunta, lo sé; cuando se trata de explicarlo, ya no lo sé.

San Agustín, Confesiones.

 

El tiempo en México transcurre en diferentes velocidades, en distintos compases, como si se tratase de muchas películas –de géneros variados y formatos diversos- ensambladas forzadamente gracias a las artes de la edición digital. El resultado es un filme de horror con trazos tragicómicos aportados por la clase política con ridículos y nefandos gobernantes como Moreno Valle o Duarte de Ochoa, o con impresentables “líderes” sindicales tipo Víctor Flores (ferrocarrileros) o Romero Deschamps (petroleros), u obtusos legisladores al estilo de Omar Fayad o la inefable Carmen Salinas. Por desgracia, esta suerte de ensamblaje de viejas y nuevas películas no es una ficción, sino la cruda realidad del país entero.

            En pleno siglo XXI hay un México estancado en los oscuros años sesenta y setenta del siglo pasado. Autoritarismo y represión signaron a las administraciones de Díaz Ordaz, de Echeverría, de López Portillo. El 2 de octubre, el 10 de junio, la guerra sucia y el golpe al periódico Excélsior son signos de aquellos años, tiempos que uno suponía superados para siempre. No es así. Como atestiguamos día con día, el autoritarismo y la represión son rasgos distintivos del gobierno de Peña Nieto, con la enorme diferencia de que hace cuarenta o cincuenta años la economía crecía (con inflación, eso sí) por arriba del 5% anual, mientras que en la actualidad la estimación para este año es de apenas 2.8% (en el mejor escenario).

            Ni transición democrática ni modernización institucional, tampoco mayor equidad ni disminución de la pobreza. El país que fuimos (o los países que fuimos) pervive, entercado en reproducirse en lo más viciado de sus rasgos, en lo más oscuro de sus signos. Si el 2 de octubre cubrió de sangre y dolor a todo México, hoy el crimen de Iguala y los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos vuelven a teñir de rojo y miseria al país entero. Si en 1971 el régimen mostró los colmillos en el “halconazo”, hoy vuelve a manifestar su estirpe asesina en Tlatlaya, en Apatzingán, en Tanhuato. Las armas nacionales se han cubierto de ignominia.

            En 1976, el golpe al periódico Excélsior, orquestado desde las oficinas de presidencia y gobernación, pretendió destruir un incipiente pero muy valioso enclave crítico en el periodismo mexicano; como sabemos, la respuesta a la violencia de Estado fue la revista Proceso, sin la cual es impensable el México de hoy. En 2015, el mismo golpe contra el periodismo se orquesta desde presidencia y gobernación, pero también desde los gobiernos de los estados, desde liderazgos charriles, desde el crimen organizado. El tiempo “pasado” sigue hablando con fuerza y, aun peor, con mayor violencia que hace cincuenta años. En los últimos diez años han sido asesinados más de 80 periodistas (entre ellos Regina Martínez y Rubén Espinosa, crímenes que permanecen impunes) y 17 están desaparecidos, de acuerdo con la información de Reporteros sin Fronteras (https://es.rsf.org/report-mexico,184.html).

            La violencia de Estado contra la crítica y el pensamiento en los medios de comunicación se sigue asestando día con día. Tan sólo en la semana pasada fueron despedidos Martín Moreno y Luz María Aguilar Zinser, de Excélsior, y José Contreras, de La Crónica de Hoy. Según este último, un directivo del medio de comunicación en el que colaboraba le dijo que “en este periódico no se le pega al presidente, te guste o no te guste”. Frase que perfectamente pudo haber sido dicha hace 40 años por Regino Díaz Redondo, viscoso y servil director de Excélsior durante casi un cuarto de siglo. Imposible eludir el golpe asestado a Carmen Aristegui, despedida junto con su equipo de periodistas de MVS, o el golpe al Canal 22 del que fueron expulsados 20 periodistas del área de noticias.

            En esta misma perspectiva se inscribe la iniciativa de ley del ejecutivo para censurar internet. A través del senador Omar Fayad, correveidile y amanuense de Peña Nieto, la violencia institucional inscrita en el ADN del sistema político, especialmente en el PRI (que no en exclusiva), pretende no sólo silenciar sino encarcelar a las miles, millones de voces críticas y rebeldes que se dan cita en el ciberespacio. El tiempo de la censura y la represión nunca se fue de México, tan sólo los gobernantes adquirieron un discurso renovado, modernizante y hueco, para perpetuar las injusticias e inequidades de siempre.

            Pero si del lado del gobierno el tiempo no ha transcurrido desde hace 50 años, del lado de la sociedad civil la historia sí ha dejado huella. La clase política ejerce su poder a destiempo, con criterios, fobias y manías de hace cincuenta o más años, mientras que la sociedad mexicana ha cambiado y mucho. Ahí están los zapatistas y su rebelde autonomía, Cherán sin partidos y con democracia, las miles de mujeres y su lucha diaria contra el patriarcado, los periodistas honestos que enaltecen su profesión, los jóvenes y su alegría de siempre, los maestros y su convicción en las calles, los migrantes que sueñan y paren utopías. Y sobre todo, ahí está, aquí estamos, los ciudadanos de a pie que ejercemos nuestro derecho a disentir –y a mentar madres- en las redes sociales. Ese derecho es irrenunciable y las iniciativas peñistas con máscara fayadiana, ¡no pasarán!

            Este gobierno, este sistema político, seguirá a destiempo. Suya es la violencia ilegítima y la nostalgia por viejas glorias que ni lo fueron. Nuestro es el tiempo, el de hoy y el que viene: el futuro que ya se enuncia.

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