La mafiocracia (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

La mafiocracia

La corrupción es un asunto cultural

Enrique Peña Nieto

 

 

El gobierno mexicano encarna con absoluta perfección el perfil de la mafia, sus códigos de silencio, sus prácticas de exterminio, sus estructuras jerárquicas, sus leyes no escritas, su estirpe de saña y sangre. En México la mafia gobierna desde hace muchos decenios, con rituales electorales que se cumplen rigurosamente cada seis años (y permiten la renovación de los capos), con instituciones mayormente serviles al Presidente en turno, con sicarios de la comunicación perfectamente amaestrados, con ejércitos de funcionarios organizados en pirámides de moches y mordidas, con ingentes dosis de cinismo obturando las arterias del país.

La caracterización no es banal ni carente de sustento: es una mafiocracia en plenitud, vigorosa y en expansión. Se trata de un sistema político en el que las organizaciones criminales deciden quién ocupa los cargos de “elección popular” a nivel federal, estatal e inclusive municipal, con notables excepciones que confirman la regla. Es claro que las organizaciones criminales de la mafiocracia mexicana están muy bien articuladas con organizaciones legales (como los partidos políticos), han logrado insertarse perfectamente bien en los circuitos financieros, el mercado de dinero y en la economía legal, tienen copadas a las instituciones de los poderes legislativo y judicial e inclusive su presencia en las iglesias (la católica en particular) es inocultable. Asimismo, la mafiocracia ha tejido sus redes hacia el mundo del espectáculo (Televisa a la cabeza), el deporte (profesional, pero también amateur), la educación básica (allí está el SNTE y su lideresa hoy “detenida”) y las universidades públicas con su nefanda cauda de porros y golpeadores que muchas veces luego han devenido en funcionarios y legisladores.

La raíz de la mafiocracia es tan profunda que uno de sus dilectos capos, Enrique Peña, ha pretendido hacer pasar por cultural uno de sus rasgos ineludibles: la corrupción. Porque si algo signa al crimen organizado es su brutal

capacidad corruptora: ahí está la Casa Blanca como una de las evidencias más ostensibles de los pagos de favores recibidos por particulares cuyas fortunas han crecido al amparo del poder político.

En esta tesitura, el despido del ahora ex fiscal Santiago Nieto representa una pieza de colección de la forma en que opera la mafiocracia y sus pactos de impunidad. La protección a Emilio Lozoya Austin se impuso a toda costa subvirtiendo el mismo orden institucional, puesto que una investigación seria, profunda y apegada a derecho terminaría por demostrar lo que ha sido documentado por periodistas y ya es vox populi: los cañonazos de sobornos de la corrupta empresa Odebrecht (se habla de 10 millones de dólares) fueron a parar a la campaña de Peña Nieto. El pretexto para el despido de Santiago Nieto es francamente imbécil: una supuesta transgresión al código de conducta. El brazo operador de la mafiocracia fue la mal afamada -por corrupta- Procuraduría General de la República, acéfala tras la renuncia del fiscal carnal, Raúl Cervantes. Por si no bastara, la mafiocracia presionó al ex fiscal para que desistiera de buscar su reinstalación por el Senado, lo que impidió que las y los Senadores del régimen tuvieran que evidenciar su sometimiento a los designios de los capos mayores. La salida de Santiago Nieto de la FEPADE allana el camino para que la mafiocracia realice una vez más, como en 1988, 2006 y 2012, el fraude electoral imprescindible para colocar a uno de sus lugartenientes, presumiblemente a José Antonio Meade Kuribreña.

Las huellas que la mafiocracia ha dejado en el país son inocultables, perniciosas, dolorosas. En primer lugar, qué duda cabe, los más de ochenta millones de pobres son el saldo de un régimen que a la par que produce miseria, genera ricos gotesca e insultantemente ricos. La mafiocracia finca su dominio en la producción incesante de pobres que también son vulnerados en todos sus derechos, en todas sus garantías. En su mayoría son pobres las víctimas de las mafias del crimen organizado, y son pobres los que migran, los que mueren, los encerrados en prisiones y manicomios, los que reciben –cuando llegan a hacerlo- la educación más deficiente, los trabajos peor pagados, los servicios de salud más precarios. La mafiocracia requiere de pobres y los produce a mansalva.

Otras huellas de la mafiocracia son los crímenes de Estado cometidos en la matanza de Tlatelolco o en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, pero también la devastación ambiental en todo el territorio nacional, los edificios colapsados en los terremotos del 19 de septiembre, las 49 niñas y niños muertos en la guardería de Hermosillo (y los heridos, desde luego), los mineros abandonados de Pasta de Conchos, los socavones y los puentes derrumbados por todo el país, los muertos y heridos de la emboscada oficial en Nochixtlán, los indígenas masacrados en Acteal, las miles de mujeres desaparecidas y asesinadas, entre muchos otros rastros dejados tras de sí por la mafiocracia.

Hay también hay otras trazas que no por menos sangrientas, no son de suyo ominosas. Señalo solamente cinco de un universo prácticamente infinito: i) el sistema judicial está completamente copado por la mafiocracia, por lo que la impartición de justicia es absolutamente discrecional, por lo que en esencia, no es imparcial y por consecuencia tampoco justo; ii) el sistema educativo está casi en su totalidad en manos de la mafiocracia (SNTE) por lo que es imposible que la formación de la mayoría de las y los niños y jóvenes se ajuste a criterios de equidad, justicia y calidad; iii) el sistema bancario y financiero irónicamente brilla por su opacidad debido a que la mafiocracia ha sentado allí sus reales y opera con total impunidad para lavar el dinero de sus actividades ilegales; iv) el sistema de creencias y valores de la mafiocracia que tiene en el racismo, el sexismo y el clasismo expresiones que le permiten reproducirse con escasas, pero muy valiosas, resistencias; v) el sistema de partidos a través del cual los cuadros y ejecutores de la mafiocracia se forman y reciclan.

Pese al poder casi omnipotente de la mafiocracia, hay territorios que aún no están en su coto: son los territorios de resistencia y rebeldía que permiten construir, en el imaginario, otro país. Y mientras haya imaginación, el futuro no es inexorable. Al final, derrotaremos a la mafiocracia, sin ninguna duda.

 

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