8 de marzo: paro internacional de mujeres (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas
Sociólogo. Profesor investigador de la Universidad Veracruzana
Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

 

 

 

8 de marzo: paro internacional de mujeres

 

 

 

 

El feminismo es aprender a callarse y escuchar, y asumir que lo que combate el feminismo está, en mayor o menor grado, en nosotros mismos. No basta con tuitear, marchar o con escribir columnas al respecto, sino que hay que modificar nuestro modo de relacionarnos con las mujeres y eliminar nuestros propios tics machistas.

Daniel Saldaña París

(https://www.maspormas.com/2016/04/29/dsaldana5/)

 

Convocado por la organización Ni Una Menos de Argentina y secundado por colectivos de mujeres, sindicatos y activistas de diferentes partes del mundo, este miércoles 8 de marzo habrá un enorme paro internacional de mujeres. Al menos en treinta países habrá movilizaciones y paro de actividades laborales, escolares y domésticas por al menos algunos minutos, y en aquellos lugares donde existan condiciones, el paro será total. No es para menos: la inequidad de género persiste en todo el mundo y se expresa de diferentes formas como precarización del trabajo femenino, jornadas laborales más extensas y peor pagadas, cosificación de la mujer, violencia doméstica, acoso sexual y en las expresiones más brutales de la dominación masculina: trata de mujeres con fines de explotación sexual y los feminicidios.

            En México el panorama es desastroso, aterrador. El gigantesco déficit de la democracia mexicana en materia de derechos humanos, en la violencia de género tiene las cifras más ominosas. De acuerdo al INEGI, “en promedio se estima que durante los últimos tres años (2013 a 2015) fueron asesinadas siete mujeres diariamente en el país, mientras que entre 2001-2006 era de 3.5” (http://www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2016/violencia2016_0.pdf). La tendencia no tiene visos de revertirse: en 2016 y los meses que llevamos de 2017 los feminicidios no han disminuido en el país.

            La muerte de miles de mujeres mexicanas no ha sido suficiente para que el gobierno tome cartas en el asunto y defina las políticas públicas para comenzar a erradicar la violencia de género en contra de las mujeres. No hay interés, no hay voluntad, no hay sensibilidad. A las evidencias me remito: las declaraciones de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres (AVGM) en algunos municipios de Veracruz y el estado de México, por ejemplo, han sido ineficaces para detener la ola de violencia –los feminicidios particularmente- en ambas entidades. ¡Es una vergüenza! Y un crimen puesto que el gobierno ha sido alertado por colectivos de mujeres, por académicas, por familiares, por organizaciones de derechos humanos y su respuesta ha sido lerda, torpe y fundamentalmente ineficaz: la violencia de género en contra de las mujeres no mengua, los feminicidios van a la alza y los culpables permanecen impunes delinquiendo: insultando, agrediendo, golpeando, asesinando.

            En el edificio de atrocidades cuya cúspide son los feminicidios, los ladrillos y el cemento que une la estructura son menos visibles, son opacos, sutiles, sordos, y sobre todo, son anónimos. Las miles de mujeres asesinadas en México seguirían con vida si a tiempo hubiésemos derrumbado esa estructura de la infamia y el dolor, tirarla ladrillo a ladrillo, asumir culpas, darle nombre al cemento que pegó las paredes de los feminicidios. Abolir el anonimato del patriarcado.

            Con el afán de colaborar a tirar este oscuro edificio cuyos últimos pisos son la brutalidad de los golpes y la salvajada de las asesinadas, quiero abandonar la cómoda tercera persona del académico “progre”, “buena onda”, “docto”, que escribe con tufo de experto y arrogancia de macho sobre mujeres (y además publica en un medio independiente) para hablar en primera persona y decir, con vergüenza, que he sido ladrillo, cemento, albañil incluso de la estructura de la dominación patriarcal en mi país. Por ignorante, por imbécil, por comodidad, por macho, al fin. Con esta confesión no busco ninguna redención (que el más allá no me importa) sino trato de contribuir a un discurso político construido desde mi condición de hombre arrepentido, de macho que intenta no serlo más.

            Jugué a “vieja el último” y me mofé del perdedor, como si ser mujer (vieja) fuese denigrante. He contado chistes misóginos y he disfrutado las chanzas y carcajadas de mi ocurrencia. Insulté con “piropos” en la calle, agredí con miradas “coquetas”, ofendí con palabras de doble o triple sentido. Me sentí “muy hombre” y “poderoso” colocando billetes en la tanga de una estríper. Menosprecié las palabras, los reclamos y las propuestas de las mujeres, bajo el banal argumento de que “la lucha feminista está subordinada a la lucha de clases”. Idiota “argumento” que esconde el miedo, el prejuicio, la estupidez.

            Pertenezco a una generación de machos que poco a poco hemos ido perdiendo los espolones, los prejuicios y la arrogancia, pero aún así cometemos innumerables actos de agresión hacia las mujeres. A todas ustedes les pido una sincera disculpa y ratifico mi esfuerzo por seguir arrancándome de la palabra, de la vista y del cuerpo los tantos excesos y abusos que mi ignorancia y mi solaz conformismo aún me signan como un macho. Arrepentido y en fuga del estigma, pero macho al fin.

            Tengo la enorme fortuna de vivir entre mujeres, mis hijas y mi compañera, y de estar rodeado de mujeres (muchas feministas) que constantemente me hacen ver los micromachismos que hay en el contexto y en los que incurro con frecuencia. Por ejemplo, en alguna ocasión mi pareja me hizo ver el abuso masculino en el transporte público, no la violencia del toqueteo, la brutalidad de la mirada o la agresión con la palabra, sino algo mucho más sutil: “los hombres se sienten con el derecho de sentarse con las piernas abiertas, ocupando mucho más espacio que las mujeres”. A decir verdad nunca se me había ocurrido y antes al contrario, yo mismo me percaté de incurrir en esa misma práctica, por pura costumbre, por ignorancia, por macho, al fin. Como este ejemplo hay miles de expresiones de violencia de género que ocurren cotidianamente y que en su aparente sutileza ocultan el filo con que dañan a millones de mujeres.

            Termino este texto citando nuevamente a mi hijo, Daniel Saldaña, con quien me une no solo un amor profundo sino también el esfuerzo por despojarnos del machismo con el que crecimos, el machismo con el que lo eduqué y que tanto daño nos hace a ambos:

“… debe quedarnos clarísimo que no somos nosotros, los hombres, los que definimos la violencia que ejercemos. No funciona así la cosa. Si una mujer te dice que mirarla de tal forma o invadir su privacidad de cualquier manera es acoso, es porque es acoso, y punto. De todos los privilegios a los que tenemos que renunciar empecemos por ese: el de las definiciones. La violencia machista la definen las mujeres. En días recientes se han hecho escuchar las muchas acepciones de esa definición. No se trata de algo que se someta a consulta o que requiera nuestra aprobación de ningún modo: el acoso lo definen ellas. Hacer bromas trivializando el problema es abonar al mismo”. (https://www.maspormas.com/2016/04/29/dsaldana5/)

 

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Comentarios3
  • Marycarmen Barajas

    Sin duda alguna es uno de mis textos favoritos, gracias Alejandro por ser tan claro y por darnos un mejor espacio a las mujeres.

    Responder
    6 marzo, 2017
  • Luci Salmerón

    Sorprendente. Justo acababa de leer un manifiesto hecho por uruguayos y comentaba que faltaba nombrar todas esas prácticas que de manera general llaman "la cultura" y que implican privilegios para los hombres. Ahora encuentro que alguien las nombra y se reconoce en ellas, lo cual es un avance porque solo así es posible dar inicio a la deconstrucción y a la generación de algo nuevo, más justo para las niñas y mujeres, y para todes.

    Responder
    8 marzo, 2017

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