Claudia Soriano Segoviano. Psicoterapeuta Gestalt y Psicocorporal
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Viviendo la ausencia
Es inevitable, llega un momento en el que personas a las que queremos, que son muy importantes para nosotros, se van de nuestra vida. En esta ocasión no me voy a referir a las pérdidas por muerte, ya que es algo mucho más profundo y complejo de procesar, y por eso escribiré específicamente al respecto en otra ocasión.
Aprender a vivir con las ausencias forma parte de madurar como personas.
Generalmente asociamos el concepto de ausencia a la falta del otro, la otra. Sin embargo, esto también aplica a lugares, situaciones, objetos, mascotas…
Sentir la ausencia de algo o alguien puede resultar muy desgastante, y por eso es necesario aprender a soltar y dejar ir, con todo el dolor y desesperación que nos implique, teniendo siempre presente que es parte del ciclo de la vida.
Por razones que ahora no importa mencionar, tuve que dejar un lugar físico en el que viví por muchos años; un lugar que amaba con todo lo que esto implica: pertenencia, amores, vínculos, arraigo e historias. Dejar ese lugar me dolió y me costó tanto. Me llevó un buen tiempo adaptarme al cambio y lo que me ayudó fue reconocer mi dolor, llorar mi pérdida de todo aquello y hablarlo con quienes estuvieron dispuestos a escucharme las veces que necesité hacerlo.
Al hablar de los vacíos emocionales y existenciales que nos dejan las ausencias, no podemos pasar por alto que en muchas ocasiones nos ponemos en riesgo por las secuelas que nos dejan. Si escondemos nuestro sufrimiento, y no nos permitimos que las personas nos vean frágiles y vulnerables, no nos estamos permitiendo ser humanos y dejar que nos sostengan, y nos cobijen.
Muchas veces la sociedad nos exige llevar nuestra vida de forma tal que no se nos permite sufrir por las pérdidas, por las ausencias o por el motivo que sea. Y entonces sonreímos pretendiendo que todo está bien en nuestro mundo interior y exterior, cuando en realidad sabemos que no estamos bien, y que sólo lo hacemos para cubrir apariencias ante los demás. Para poder cubrir nuestra tristeza y angustia, utilizamos grandes cantidades de energía, sólo que cuando ya no lo podemos soportar, entonces nos derrumbamos.
Recordemos que se vale y está bien caernos y rompernos. Con el tiempo vamos reuniendo nuevamente nuestras piezas y nos vamos rearmando, el problema es cuando intentamos ocultarlo, pues sólo conseguimos hacernos más daño.
Está bien extrañar y añorar el tiempo que necesitemos hacerlo ante la ausencia y las pérdidas, sólo no olvidemos que vivir mucho tiempo en ese espacio-tiempo de añoranza, muchas veces nos va creando un anhelo desesperado hacia algo que tuvimos o fuimos en el pasado. Un anhelo prolongado va derivando en vulnerabilidad, la vulnerabilidad en miedo, o en una profunda tristeza o melancolía que se puede convertir en una depresión profunda.
El verbo anhelar, viene del latín anheláre, que significa respirar con dificultad; y así es, cuando anhelamos nos falta el aliento, nos cuesta respirar. Ese lugar a donde nos vamos cuando echamos de menos es como un laberinto en el cual es aconsejable no permanecer por periodos prolongados de tiempo, pues podemos olvidar el camino de regreso. Vivir en la añoranza nos va creando una profunda insatisfacción hacia el presente y podemos entonces fácilmente perder el sentido de nuestro estar en la vida.
Extrañar, añorar, anhelar es parte de la vida, más no un modo de vida.
Por eso te invito a que aprendas a despedirte, a dejar el pasado atrás, a decir adiós cuando sea el momento de hacerlo. Puedes recordar todas las veces que así lo desees, lo que no es buena idea es quedarte anclado a ese pasado y de esa manera perderte la vida. Hay que vivir la ausencia y no vivir ausentes.
Si deseas iniciar un proceso terapéutico, llama o mándame un whatsapp al 5522558651. Me encantará poder acompañarte.
