La historia que se repite… La commedia dell´arte y la izquierda

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Maria Kakogianni (Griega)

Doctora en filosofía, en la Universidad Paris 8

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Conocemos la famosa frase de Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel de cierta forma nota que todos los grandes eventos y personajes históricos sobrevienen por así decirlo dos veces. Olvidó agregar: una vez como tragedia y la vez siguiente como farsa.” Con el referéndum griego del 5 de julio, la historia pareció repetirse, pero escapando esta vez al esquema de primero como tragedia y después como farsa. Y es que el primer momento que corresponde al anuncio de un referéndum en 2011 por el primer ministro griego de la época, G. Papandréou, es innegablemente el momento de la farsa. La cuestión es saber si lo que ha acontecido es un simple vuelco, si estamos en esta repetición frente a una tragedia. Y si no, ¿qué?

 

Al momento del anuncio del primer referéndum, el PASOK (partido socialista) estaba entonces en el gobierno, un partido que por varias décadas había compartido el poder con el partido tradicional de derecha (Nueva Democracia), en esta falsa alternancia tan apreciada por las democracias parlamentarias “desarrolladas”. Ahora, Syriza está supuesto a encarnar una “nueva izquierda” en el espacio europeo (“Podemos” es otro ejemplo). Podríamos decir de forma epidérmica que estas nuevas formaciones políticas se acercan más a las recientes experiencias en América Latina que a la tradición europea de la social-democracia, y que emergieron como fuerzas políticas mayores después de una multiplicidad de movilizaciones populares, dentro de las cuales especialmente se encuentra el movimiento de ocupación de plazas. Durante el 2011, estos últimos opusieron una violencia simbólica a la impostura de la democracia-liberal al momento en el que, en nombre de los “programas de rescate”, los mercados anónimos y sus instituciones de siglas (FMI, BCE, etc.) dictaban a los parlamentos nacionales las “opciones obligatorias” con un conjunto de medidas anticonstitucionales, suspendiendo las convenciones colectivas, entre otras cosas. Haciendo pagar a los pueblos el precio por rescatar los bancos, el tsunami neoliberal devastaba con una consistencia y violencia extremas todo lo que quedaba aún en pie del Estado-providencia después del viraje reformista iniciado a partir de los años 80. El referéndum de G. Papandréou se integraba en una estrategia para hacer aceptar el nuevo memorándum al servicio del diktat: “No hay otra alternativa” (la famosa fórmula de Tatcher “There Is No Alternative”: TINA). En otros términos, su objetivo no era la creación de condiciones para una elección de los ciudadanos sino la validación de un servilismo voluntario a la única vía. Conocemos lo que ocurrió después, el referéndum no se llevó a cabo y el gobierno de Papandréou le dejó el lugar a un gobierno de unión nacional con un banquero como primer ministro.

 

Ahí está para ilustrar la farsa. ¿Cuál es entonces este segundo momento? ¿Cuál será la tragedia? ¿En qué medida el momento presente conlleva, quizá, una potencia cómica? Sin darle a los eventos recientes más peso que aquél que la historia futura podrá atribuirles, de cierta manera lo que aquí está en juego es la desilusión trágica, una vez más, de otra “nueva izquierda”. Y tal vez, más allá de la tragedia, sólo la vía de la comedia puede darle cuerpo a una osmosis fecunda, que sea capaz de inscribirse en la duración, entre la lógica autónoma de los recientes movimientos populares y el juego institucional de los poderes.

 

El horizonte político en el cual hemos navegado desde los años 80 es el dogma neo-liberal de “TINA” y este famoso “fin de la Historia”. Decir que navegamos es de hecho una expresión bastante desatinada, habríamos tal vez de hablar de naufragio. Y es que, como lo sugiere una canción popular griega, ir a lo desconocido requiere una barca de esperanza. Sin embargo, el nuevo escenario desde el cual se aprendía a jugar en política era aquél de la desintegración de la hipótesis comunista, de las pesadillas del totalitarismo, del colapso ideológico de las vanguardias y, más radicalmente, del fin de toda esperanza de “cambiar el mundo”. Es otros términos, el horizonte político de las derrotas acumuladas y de la melancolía por las utopías perdidas. Los gobiernos socialistas de tipo Mitterrand o A. Papandréou (el padre de G. Papandréou) al inicio de los años 80 contribuyeron a la liquidación final. Después de los agitados años 60 y 70, cuando los sueños revolucionarios y los grandes movimientos populares de emancipación entraron en un momento de reflujo, la izquierda social-demócrata abonó a la deconstrucción absoluta de todas las ilusiones y al insomnio político. Así, el pensamiento y la acción política de la izquierda radical desarrollaron unos reflejos de extrema desconfianza hacia la izquierda institucional, viendo en su rostro una impostura estructural del capital-parlamentarismo.

 

En apariencia, el fin de la Historia anunciada en 1989 no duró mucho tiempo. En 2008, cuando los disturbios de Atenas se expandían a todas las ciudades griegas, en las calles de Tesalónica los manifestantes repetían en coro: “Fukuyama escucha bien, la historia se escribe hora, aquí, de nuevo”. A partir de 2008, y con un pico en 2011, en muchas partes del mundo estallaron protestas masivas y movimientos insurreccionales. Después de un periodo atonal de alrededor de 40 años, una nueva secuencia parece abrirse para los movimientos populares de emancipación. Y es en este contexto en el que se formula la hipótesis de una “nueva izquierda”, impulsada por partidos políticos de un nuevo tipo.[1]

 

De cierta forma, es aquí donde el escándalo comienza. Y, de cierta forma, es aquí donde se jugará la tragedia o la fuerza cómica del momento presente. Una nueva izquierda se forma llegando “después” de los movimientos, como una especie de retaguardia contrapuesta a la antigua concepción del partido en tanto vanguardia organizada. Desde las cenizas de la revuelta, ella intenta organizar “al día siguiente” reivindicando el poder del Estado. ¿En qué medida la historia no repetirá una nueva traición a las movilizaciones populares, haciendo triunfar la representación frente a la inmanencia de la emancipación? La cuestión parece en efecto escandalosa, sobre todo en la medida en la que se inscribe a contracorriente de los dos elementos fundamentales del pensamiento subversivo de nuestro presente:

1) El recelo, véase el odio, a las estructuras verticales (partido, sindicato) en tanto formas de organización de la emancipación, la desconfianza frente a todo tipo de dirección de masas. Una especie de imperativo categórico que parece dominar y que estipula la horizontalidad al precio que sea.

2) La aceptación de que el poder no pertenece al Estado, que ha dejado de estar en las manos de quienes gobiernan.

 

La combinación de las dos nos da las pistas del escándalo. ¿Cómo es que una izquierda puede articular una fidelidad a los movimientos populares de democracia directa y su lógica autonomista reivindicando también la toma de poder de Estado para cambiar las cosas? ¿Para intentar al menos hacer una negociación con aquellos que no aparecen pero que de hecho gobiernan?

 

En 1972, Foucault formulaba la cuestión del poder como estando al centro de cierto desconcierto en la búsqueda de nuevas formas de lucha.

 

Esta dificultad, nuestro desconcierto por encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no viene acaso de lo que ignoramos todavía sobre lo que es el poder? Después de todo debimos de esperar el siglo XIX para saber lo que era la explotación, pero seguimos sin saber lo que es el poder. Y Marx y Freud quizá no son suficientes para ayudarnos a conocer esta cosa tan enigmática, a la vez visible e invisible, presente y escondida, que está en todas partes, que llamamos el poder. La teoría del Estado, el análisis tradicional de estos aparatos de Estado sin duda no agotan el campo de ejercicio y funcionamiento del poder. Es el gran desconocido actualmente: ¿quién ejerce el poder? ¿y dónde es que lo ejerce? Actualmente sabemos más o menos quién explota, hacia dónde van las ganancias, entre las manos de quién pasan y dónde se reinvierten, pero el poder. Sabemos bien que no son lo gobernantes los que detentan el poder.[2]

 

Antes del anuncio del referéndum, el ministro de Economía, Y. Varoufakis, no dudó, en un artículo publicado en el Irish Times, en poner en palabras como representante de un gobierno electo aquello que los anónimos con frecuencia murmuran en las calles: La parodia de “negociación”, en la medida en la que es unilateral, entre los representantes elegidos y los expertos no elegidos de las instituciones.

 

Perhaps the most telling remark by any finance minister in that meeting came from Michael Noonan. He protested that ministers had not been made privy to the institutions’ proposal to my government before being asked to participate in the discussion. To his protest, I wish to add my own: I was not allowed to share with Mr Noonan, or indeed with any other finance minister, our written proposals. (…) The euro zone moves in a mysterious way. Momentous decisions are rubber- stamped by finance ministers who remain in the dark on the details, while unelected officials of mighty institutions are locked into one-sided negotiations with a solitary government-in-distress. [3]

 

Las palabras de Varoufakis se asemejan a una improvisación de Brighella, uno de los personajes clásicos de la commedia dell´arte. Su nombre quiere decir pelea, es un infiel servidor. En condiciones “normales”, no son el tipo de cosas que se dicen “desde arriba”. Estamos más acostumbrados a todo tipo de fórmulas, a un escenario en el que las negociaciones avancen.

 

Sabemos ahora que el gobierno de Syriza había aceptado un nuevo memorándum, y al día siguiente otro todavía peor, y el día después todavía otro. La “negociación” explotó a causa de los acreedores, a pesar de todos los compromisos hechos por el gobierno griego ya muy lejanos a sus promesas electorales. Y es que lo que los acreedores buscaban era ante todo la humillación política de la “nueva izquierda”, su objetivo era la puesta en escena de un arrodillamiento progresivo.

 

  1. Papandréou quería con su referéndum coronar la vía única y la ausencia de alternativa. Tsipras quiso salvar la posibilidad de otra vía, aunque esto implicase poner en peligro su gobierno. El deber de la izquierda no es el de tomar el relevo de los movimientos populares mirándose al espejo como aquél que irá abriendo el nuevo camino. Es más bien el de no sacrificar una nueva esperanza que emerge tímidamente en aras de su deseo narcisista de mantenerse en el poder. O para decirlo de forma más simple con otra canción popular griega: el camino siempre tuvo su historia. En esta historia, la “nueva izquierda” podrá participar y jugar su rol en la medida en la en que frente al dilema: ruptura con los movimientos populares o caída del gobierno, prefiera siempre la segunda opción.

 

La concepción tradicional de la izquierda en relación al poder de Estado tomaba la forma de un “Sí, pero”. Sí existen distintas formas y relaciones de poder, pero el poder de Estado no es simplemente una más entre las otras. Es por esta razón que era de una importancia primordial para ella poder encontrar las estrategias no solamente para acceder al poder sino para permanecer en él el mayor tiempo posible (hasta cambiar o destruir el aparato de Estado). Llamaremos a esta concepción “metafísica del poder de Estado”.[4]

 

En la medida en que la “nueva izquierda” siga siendo fiel a la metafísica del poder de Estado y prometa de esta forma lograr cambiar las cosas, intercambiando las luchas populares por negociaciones institucionales victoriosas… ésta se expondrá constantemente a una nueva desilusión. Tarde o temprano, las personas nuevamente le perderán la confianza y regresarán masivamente a la melancolía, a las explosiones de rabia y a la política minoritaria de los pequeños espacios alternativos. El reciente referéndum no fue el fruto de una planificación en el marco de la negociación, fue una improvisación que las circunstancias impusieron para que la commedia dell´arte pudiera continuar con las instituciones y su “democracia”, siguiendo el combate de lo simbólico que los movimientos de plazas habían abierto.

 

Una presión internacional para otra política de la deuda y el cambio en la correlación de fuerzas con el dogma neoliberal es un problema que exige el rechazo de elegir entre: auto-organización “desde abajo” o política de Estado. Para decirlo de otra forma, utilizando un chiste de los hermanos Marx que Zizek retoma con frecuencia: “-Coffee or tea? –Yes please!” Hay que rechazar la opción excluyente. La cuestión hoy no es poder de Estado o no. El pequeño artículo de Varoufakis hace visible que el poder de los expertos que nadie ha elegido ha llevado a negociaciones unilaterales. Esto no quiere decir que hay que abandonar el poder de Estado, hacer política únicamente guardando la distancia con el Estado y limitarse a la protección de los pequeños espacios alternativos de “resistencia”. Si el poder es esta cosa enigmática, a la vez visible e invisible, que está en todos lados y en ninguna parte, el Estado es un lugar entre otros que hay que ocupar, en una estrategia de hacer durar no la ocupación en sí misma sino aquello que ésta hace posible. La anterior gran secuencia de luchas populares cerró su ciclo con una crítica radical a las estructuras verticales de organización que habían llegado al nivel de sofocar y, en varias ocasiones, de bañar en sangre cada fenómeno horizontal que no tenía una “buena forma”. Cerró no dejándose dirigir por la iluminación de las vanguardias y sus recetas. Tal vez, el nuevo período no podrá abrirse a menos que logremos zafarnos de este imperativo categórico de la horizontalidad ante todo. Sin que esto signifique la restauración de la metafísica del Estado.

 

El fuego de la revuelta dejó sus cenizas; es en las brazas que hacemos un buen café.[5] En cierto sentido es ahí, entre la democracia “real” de los movimientos de plaza y la comedia de la “democracia” institucional, que la emancipación, en tanto procedimiento subjetivo, puede inventar una nueva duración. La tragedia sería que esperásemos de la “nueva izquierda” que nos salve de nuestros salvadores. El otro camino no es un sprint de velocidad sino un combate de larga distancia.

[1] Ver, por ejemplo C. Douzinas, « La résistance, la philosophie et la gauche », Le symptôma grec, Lignes, 2014.

 

[2] M. Foucault, Les intellectuels et le pouvoir (entretient avec G. Deleuze), Dits et Ecrits I (1954-1975), Gallimard, 2001, pp. 1180-1181.

[3] http://www.irishtimes.com/opinion/yanis-varoufakis-a-pressing-question-for-ireland-before-monday-s-meeting-on-greece-1.2256339 (yo subrayo)

[4] Su lógica nos recuerda a las categorías de Aristóteles que podríamos traducir de la siguiente manera: sí, el ser se dice de distintas maneras, pero la esencia o la sustancia no es simplemente una categoría más entre otras. Sobre la concepción tradicional de la izquierda cito a modo de ejemplo a D. Bensaïd : “Efectivamente existe una pluralidad de relaciones de poder, pero el poder político concentrado en el Estado no es uno más entre los otros”. « Il y certes une pluralité des rapports de pouvoir, mais le pouvoir politique concentré dans l’Etat n’est pas l’un quelconque parmi d’autres » (D. Bensaïd, Penser Agir, Paris, Nouvelles Editions Lignes, 2008, p. 313).

[5] Referencia al café griego, turco o egipcio, en fin, típico de toda esta región.

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