La globalización desinflada (Margensur)

  • 0

Alejandro Saldaña Rosas
Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana
Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

La globalización desinflada

 

El vértigo y la incertidumbre que produce tener que pensar a escala global lleva a atrincherarse en alianzas regionales entre países y a delimitar –en los mercados, en las sociedades y en sus imaginarios- territorios y circuitos que para cada uno serían la globalización digerible, con la que pueden tratar.

Néstor García Canclini. La globalización imaginada

Cuando parecía que la globalización impulsada desde los grandes centros financieros continuaría su inexorable expansión, dos hechos de enorme relevancia dan un pinchazo en las infladas expectativas: el Brexit (el referéndum para que Gran Bretaña decidiera abandonar la Unión Europea) y recientemente el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales en los Estados Unidos (EU). Procesos diferentes en continentes distintos, sin embargo ambas decisiones políticas acaso compartan una misma inquietud: el temor a los otros, el miedo a los diferentes. Podemos decir que tanto el Brexit como el triunfo de Trump son expresiones de la globalización del miedo.

            Saldo no esperado de la globalización, o al menos no en tal magnitud, el miedo a los otros está en la base tanto del Brexit como del triunfo de Trump; en Gran Bretaña fue el miedo particularmente al “terrorismo” encarnado en la caricaturizada imagen del “musulmán”, mientras que en EU la fuente de todos los males es el estigmatizado “mexicano”; en ambos casos y por extensión, todo aquel con quien el británico (sobre todo el inglés) o el estadunidense promedio no se siente cómodo y seguro es visto y tratado con miedo: africano, mujer, musulmán, homosexual, etc. Tanto en Gran Bretaña como en EU los bajos salarios, las deficiencias en los sistemas de salud y de educación, las presiones demográficas en los centros urbanos, inclusive la misma delincuencia organizada (y desorganizada) han sido atribuidos a los extranjeros recién arribados a los (en teoría) antaño territorios de la libertad, la democracia y las oportunidades. Es mucho más fácil culpar al otro de los males y carencias propios, que admitir cabalmente que la globalización no fue el nirvana prometido por sus fervientes promotores.

            Ante el miedo disparado por los otros, mejor poner un freno a la globalización, o al menos acompasar su vertiginoso ritmo de expansión, matizar sus impactos, suavizar sus brusquedades. Es posible que este sea el mensaje detrás de los votos de millones de personas que en Gran Bretaña y en EU decidieron desinflar la globalización. El problema es que tanto la propuesta del Brexit como los eructos en campaña de Trump vueltos promesas de gobierno, difícilmente lograrán revertir los efectos negativos (para algunos) de la globalización en estos países. Sin embargo, esto es lo de menos, para los electores se trata más de un asunto de visibilización social y de inclusión por la vía abrupta, si no es que decididamente violenta.

            Solo puedo referirme a los sucesos luego del triunfo en las urnas de Trump, por lo que los siguientes comentarios los hago con el único referente de lo visto en medios y redes. En primer lugar, debo reconocer que al igual que muchos nunca pensé que el vociferante, inculto, misógino y violento candidato republicano pudiera ganar. En la elección entre el malo (la mala, Hillary Clinton) y el peor, los estadunidenses prefirieron a Trump, el peor. Quisiera decir “allá ellos”, pero las implicaciones de esa decisión obligan a decir “allá ellos… y nosotros”.

            En segundo lugar, más allá de datos, estadísticas y tendencias electorales que los expertos analizan con lupa, me llama mucho la atención la necesidad de esos electores de ser vistos, de ocupar un espacio en las pantallas de televisión, en las fotografías de los diarios, en los videos que circulan en las redes sociales. Suásticas, capuchas del Kukusklán, mensajes antiinmigrantes, paredes que destilan odio son algunas de las expresiones de estos hombres (sobre todo), mujeres, jóvenes y hasta niños que gritan con desesperación que en un mundo globalizado ellos y ellas tienen un lugar –preponderante- según sus chillidos y consignas. Su necesidad de reflector es evidente, su grito angustiado suena y suena fuerte, su soledad se nota a leguas. En un mundo globalizado ocupar un lugar social es, antes que otra cosa, ser visto. Y si además de visibilidad se obtiene temor, mucho mejor.

            Esto apenas comienza. Es probable que en las próximas semanas y meses veamos escalar las manifestaciones de odio hasta niveles quizás solamente conocidos en la Alemania nazi. Y van contra todos: mexicanos (y latinos por extensión), mujeres, afroamericanos, asiáticos, pueblos originarios, homosexuales, travestis, discapacitados, musulmanes, sijs y todo aquel que a su (pre)juicio les parezca una amenaza. La xenofobia, el racismo y la misoginia de Trump los ha envalentonado. Mal haremos si desestimamos estas manifestaciones de odio

            Relacionado con el punto anterior, un tercer comentario que me permito hacer es sobre una de las implicaciones de mayor contundencia de la globalización: la licuefacción y evaporación de las identidades sociales que durante muchos años anclaron a millones de personas al oficio, la clase social, el pueblo, el club deportivo, la religión, las costumbres, la tradición. Si durante decenas de años tener un oficio: mecánico, electricista, agricultor, oficinista o chofer fue signo de orgullo, reconocimiento social e inserción social, la globalización ha difuminado estas identidades sociales “fuertes” propias de la sociedad industrial. En aras de la flexibilidad, el trabajador de oficio debe ceder su lugar al “colaborador” multitareas con contratos a tiempo determinado, pocas o nulas prestaciones y sin posibilidad de construir una trayectoria laboral de largo plazo y un proyecto de vida conforme a ello.

            La globalización no sólo ha significado que miles de trabajadores en los EU han perdido sus trabajos (que han ocupado obreros mexicanos o chinos por la décima parte del salario) sino también que la estructura del mercado laboral ha cambiado tanto y tan rápidamente que muchos obreros y empleados no han podido ajustarse a los nuevos escenarios. La herida narcisista para estos trabajadores ha sido brutal, al punto que han elegido intentar dar una vuelta de tuerca al pasado para restaurar el viejo orden: “Make America great again” (haz de Estados Unidos un gran país de nuevo) es el lema de Trump que conquistó a millones de trabajadores.

            Mal haríamos en menospreciar las sandeces proferidas por Trump en campaña. Desde luego que es relevante su intención de construir un muro que ya existe en una tercera parte de la frontera, o su pretensión de renegociar el TLC (en una de esas hasta mejor nos va), pero tan preocupante es el anaranjado presidente electo como sobre todo sus fanáticos. Porque es lo que son: fanáticos, intolerantes, violentos y con un miedo profundo, denso, turbio.

            Dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su clásico libro Modernidad Líquida: "la inseguridad nos afecta a todos, inmersos como estamos en un mundo fluido e impredecible de desregulación, flexibilidad, competitividad e incertidumbre endémicas". En estas circunstancias, el correlato de la inseguridad es el miedo, como ha quedado de manifiesto en el Brexit y en la elección de Trump. Sería absurdo e ilusorio prometer certidumbres en escenarios que no lo permiten, pero lo que sí podemos es tejer lazos de solidaridad, de diálogo transfronterizo entre sindicatos, organizaciones campesinas, académicos, asociaciones de estudiantes, de profesionistas, de artistas, empresarios, etc.

            La comunidad internacional debe estar muy atenta al devenir próximo en los EU. Es obligación denunciar las violaciones a los derechos humanos, la ruptura de convenios internacionales, la destrucción de lazo ciudadano. Y como parte de la comunidad internacional estamos en la obligación de fortalecer los vínculos con los paisanos avecindados en el país del norte, ampliar la solidaridad, construir esquemas de cooperación y aprendizaje.

            Si la globalización imperial comienza a desinflarse, es tiempo de soplar suavecito, con amor y esperanza, para que otra globalización sea posible. Una donde todos quepamos, aunque apretados, así nos obligamos a ser más tolerantes.

Atrás De Este Lado - La XII Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos - 14/11/2016
Riámonos
Siguiente Riámonos
Entradas Relacionadas

Escribir comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *