Del no se olvida al #RenunciaYa (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

Del no se olvida al #RenunciaYa

 

¡Dos de octubre no se olvida! #RenunciaYa! Dos consignas, dos tiempos, dos historias, dos países que son el mismo y siempre otro. Del “2 de octubre no se olvida” al “#RenunciaYa” no sólo hay casi cincuenta años de distancia, también hay un país que no logra encontrarse y se debate entre la necesidad de la memoria y el anhelo de esperanza.

            Este desangrado país no comenzó a chorrear sangre el 2 de octubre de 1968 pero esa fecha guarda la memoria del atropello, la represión, el asesinato y, sobre todo, la impunidad. Las manos del gobierno mexicano están manchadas de sangre desde siempre, pero el recuerdo tiene un punto de inflexión el 2 de octubre de 1968: para el memorial de agravios esa fecha es iniciática.

            El “México moderno” (lo que sea que esto signifique) no nació con la industrialización, la reforma agraria, la democracia o la “institucionalización de la revolución”, sino con la sangre de los estudiantes, trabajadores y amas de casa reprimidos, torturados y asesinados el 2 de octubre. Antes de esa fecha hubo muertos y desaparecidos, traiciones como la cometida contra Rubén Jaramillo, pero la memoria colectiva ha perdido registro de esa infamia. País de mito largo y memoria corta, el calendario previo al 2 de octubre ha perdido buena parte de sus hojas.

            No importa que uno no participó en las movilizaciones estudiantiles y populares de ese año, el 2 de octubre de 1968 estuvimos presentes todos: los muertos frescos y los de siempre, los recién nacidos, los de pocos años, los viejos con sus ganas y sus reumas, los jóvenes que tenían la edad pero no los güevos suficientes y que ahora de rucos presumen calles que nunca caminaron, asambleas a las que jamás se atrevieron, bachas a las que hicieron el feo y hoy anhelan desde su triste jubilación en bata y chocolate tibio.

            El 2 de octubre es fecha seminal del México moderno: por militancia activa, adscripción generacional, convicción rebelde, evocación bucólica o adquisición mercantil. Inclusive se pertenece al 68 por oposición: los que no estuvieron ni quisieron, y presumen de ello. En los anales de la historia hay quien goza de ocupar el sitio más oscuro.

            El México moderno nació en un tristísimo día soleado el 2 de octubre de 1968. Días después celebramos los juegos olímpicos, la antorcha encendida por Queta Basilio, la medalla del sargento Pedraza, la de oro del Tibio Muñoz y otras hazañas que se me escapan del recuerdo y, sobre todo, de la narrativa colectiva. País de cortísima memoria que a diez días de haber sido ultrajado, secuestrado, torturado, desaparecido y asesinado, festejó en todo lo alto las proezas de “nuestros deportistas”. Luego de casi 500 años de conquista y devastación, en 1968 había deseo de festejar algo, aunque fuera una medalla olímpica.

            El México moderno nació el 2 de octubre de 1968 y nació rebelde: combativo en las calles, pensante en las asambleas, imaginativo en el aula, desinhibido en la cama. Pero al tiempo de esa rebeldía fresca, rockera y cachonda, el México moderno también nació turbio de infiltrados, lerdo por los arrepentidos, chiquito de tanto obediente cuyo peor error no fue caminar por la vía electoral, sino claudicar a ella para admitir fraudes, alianzas absurdas y “pactos” que han hecho de este, un país envilecido. El México hijo del 2 de octubre nació fuerte, pero muy solo.

            De aquel 2 de octubre a la fecha no hemos podido construir un país equitativo, justo, eficiente, alegre y con instituciones si no funcionales, al menos mínimamente decorosas, decentes.

            Del “no se olvida” al “ya renuncia” (o #RenunciaYa), el trayecto es corto. No olvidamos y nuestra terquedad es encomiable, pero tampoco hemos construido el país en el que otro 2 de octubre sea inadmisible. Si gritamos “2 de octubre no se olvida” es porque aún cargamos con los muertos de Aguas Blancas, Acteal, San Fernando, Tanhuato, Ayotzinapa, Nochixtlán y tantos otros que no nos caben en la memoria ni en los ojos. Quisiéramos olvidar, pero aún debemos saldar cuentas con tantos muertos y con tanto olvido. No olvidamos pero tal vez quisiéramos, a cambio de la cabal justicia.

            #RenunciaYa es consigna políticamente yerta: pedimos una renuncia, pero no tiramos al tirano. El sujeto de la frase no somos nosotros en tanto sociedad, sino Peña Nieto en tanto presidente. Le pedimos que renuncie, no lo obligamos a ello. La consigna resulta cómoda como para enarbolarla en un concierto políticamente (in) correcto. Un enorme concierto puesto a modo para que Mancera muestre su incapacidad, su intolerancia y su imbecilidad. Las escenas de los policías capitalinos tratando de contener a las masas chilangas y amigos concurrentes son patéticas! Pobres, infames y absurdos polis! Tratan de contener cincuenta años de represión en el chilango.

            “Ya renuncia” es una consigna que nació con ánimo de criticar, pero quedito: con el filo rombo, la lengua lenta, la voluntad de poder francamente opacada. En lugar de derrocar al tirano, se le exige que renuncie, con puerquitos voladores cargados de consignas y miles de mentadas en vivo y en las redes. Atención: la imagen del cerdo cargado de consignas es muy poderosa y creo que hay que enarbolarla, pero hace falta mucho más para que ese puerco tumbe a los cerdos que gobiernan.

            El 1 de octubre Roger Waters convocó a una enorme catarsis en la principal plaza pública del país, el zócalo de la ciudad de México. Antes lo había hecho en el Foro Sol con resultados mediáticamente radicales, al punto de hacer de la consigna un trending topic en las redes sociales. Nos hemos solazado en mentarle la madre a Peña, en emplazarlo a la rendición de cuentas, en exigirle que renuncie. La catarsis del rock es muy eficaz: del “no se olvida” al “ya renuncia”, no hay más que un zócalo lleno de gente que trata de recordar a dónde va, sin perder la huella de dónde viene. Pero una vez desocupada la plaza, la impunidad y la miseria regresa a nuestras vidas.

            Con todo y pese a todo: el símbolo del #RenunciaYa en el zócalo capitalino es la expresión de un México que aún no existe, pero que merecemos todos.

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