Nací en días animales... (Por Denisse Buendía)

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*Denisse Buendía Castañeda

Poeta. Premio Nacional de poesía Dolores Castro (2016). Trabaja en la Coordinación de Atención a Víctimas de la UAEM

Facebook: Denisse Buendía Castañeda

 

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                                                                                                                   Ilustración: Denisse Buendía

Nací en días animales,

aprendí a dormir silencios,


en una habitación llenita de ojos,

acurrucada en una bolsa de papel.

Porque la muerte no es muda, es ciega.

Bailo, dormida y ronco,

mis pies no dejan de moverse,


Quiero alcanzarme, quiero abrazarme,


para no extrañar, para no necesitar, para curarme en vacío.

Porque aprendí a consolar ángeles,


a entibiar sueños de enfermas mentales, a tragar ceniza.

Yo nací en días animales...


donde nacen las lobas,
las sirenas,


las mujeres bárbaras con sus hombres tormenta.

Nací un día que mi madre estaba muerta...

de pena

y aprendí a rezar

 

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Ilustración: Denisse Buendía

La única forma de exorcismo se hace con las manos, deletreando la oscuridad, como la belleza de llevar flores a un pedazo de tierra.

Las dimensiones de la orfandad en un país habituada a ella, surgen de una poesía amniótica, que toma apuntes de la estructura cotidiana del dolor, nos hemos acostumbrado al abandono como forma de vida, desde un gato recién nacido en una bolsa de plástico, hasta un ejército de huérfanos creciendo en los bordes de lo oscuro, debajo de puentes y de olvidos.

La poesía es un pájaro escarbándose el pecho con su pico hasta que hace brotar la sangre y va dejando la herencia del dolor en el cielo.

Hay lecturas que no dan concesiones, sólo escalofríos, siempre nos escribimos a nosotros mismos desplazándonos en el tiempo, viajando al pasado queremos salvar a esa niña, violada por su padre, aquél niño abandonado por la madre, apagar el fuego que consume los columpios, ese gatito recién nacido en una bolsa de plástico buscando desesperadamente regresar de la muerte y llevarla consigo.

La poesía es una cartografía de la piel, a veces nos habla de amor, y otras de olvido, en ambos casos

 

La física de la Orfandad

I

La medida de mi tiempo son las flores en el excusado;

las amarillentas esquinas de las cartas que no envío,

el pánico que me produzco a solas.

Ese tic-tac polvoriento que trae consigo la tumba de mi padre,

las pesadillas sin consuelo.

Son los lunares que me crecen mudos en el brazo izquierdo,

la manía de prenderme fuego y no explotarme.

La noche siembra la raíz envejecida en mi garganta,

soy el retrato de las horas que se desprenden de sí mismas,

mientras la música es el silencio en mi ventana;

y a lo lejos una niña guarda la monstruosidad del padre entre las piernas rotas.

II

Una siempre regresa a la oscuridad donde fue niña,

a la diminuta cama donde se reducían en sí mismas la tarde y sus promesas:

un trozo de carne con ojos-anzuelo,

cautiva, coloreando a plumón el nombre de las muñecas.

La vida pasó como un telegrama:

tu padre ha muerto (punto)

no habrá paz que lo contenga (punto)

Desde el olvido la casa parece más pequeña;

solía quedarme quieta en la azotea

esperando ver caer heridas a las golondrinas

con los pequeños dardos del vecino del cuarto piso.

Un tarde de agosto decidí perseguirlas

caí en el árbol de mandarinas con la clavícula de fuera y mis ojos en el vuelo.

La suicida fue mi madre desatándose las venas en la tina,

el asesino fue mi padre con su crueldad como ejercicio.

(no aprendí a amar sin desmembrarme hasta que murió)

A la memoria, al agujero de tierra oscura donde fui niña

suelen tragársela las hormigas panteoneras.

Siempre regreso a preguntarle:

¿hace cuánto que estoy viva?

¿estoy viva?

Seguro te dolió toda la vida no morirte a tiempo

deberías estar tranquilo;

un muerto siempre ha sido lo que ha querido:

un fantasma, una pesadilla, un epitafio,

una fila interminable de nostalgias,

el canto de un grillo que no nos deja dormir.

¿Hace cuánto que estoy viva?

A la oscuridad donde fui niña, siempre vuelvo.

A la nada en que escribiste la promesa de cuidarme.

 

III

No sabes qué has muerto;

vienes cada octubre a repetir el silencio con tu grave mirada.

Es una pena que el polvo no tenga brazos, padre

que intentes regalarme estrellas de besos desdentados.

Acércate, mira mi vientre de niña;

aún se sienten tibios los restos de tu furia.

No he dado a luz porque crecí en lo oscuro;

porque aprendí a confundir el amor,

con el rasguño de los demonios nocturnos,

que esperan quietos el sueño de sus hijas para amanecer de nuevo.

Por cada cicatriz hay un columpio bailando solo;

un gato recién nacido en una bolsa de plástico,

un cementerio infante, la física de la orfandad.

 

*Denisse Buendía. (Morelos 1979. Comunicóloga. Ha llevado a cabo una intensa labor como activista y como productora de radio, ha participado en medios locales como; la Jornada Morelos. Actualmente trabaja en la Coordinación de Atención a Víctimas de la UAEM, colabora en la sección de poesía “Lunámbula” en programa de radio local El txoro matutino, y como productora del programa de radio “la voz de la tribu” en la radio universitaria del estado de Morelos. Ganadora del premio Estatal de la Juventud 2004 por su trabajo como activista, y mención Honorífica 2007 premio estatal de la Juventud, este año (2016) le ha sido otorgado el premio nacional de poesía Dolores Castro.

 

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