El desdén del repudiado (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

El desdén del repudiado

 

El diplomático es una persona que primero piensa dos veces y finalmente no dice nada.

Winston Churchill

 

Javier Duarte fue desairado, una vez más, por Enrique Peña Nieto. El mismo que en campaña electoral puso como ejemplo de gobierno del “nuevo PRI” a Duarte de Ochoa, hoy abiertamente manifiesta su desprecio al cordobés. Ironías de la abyecta clase política mexicana, el repudiado Peña Nieto desdeña al pésimo gobernante veracruzano: es el desdén del repudiado.

            El video del diario Reforma ha circulado profusamente en las redes sociales y en los portales de noticias. En él se ve al ajado gobernador veracruzano Javier Duarte en fila para saludar a Peña Nieto, durante la reunión en la que se formalizó la creación del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA). Vaya paradoja: el repudiado desdeña a uno peor, gobernantes ambos de un sistema depredador de niñas, niños y adolescentes.

            Sugiero, amable lector, que vea nuevamente esta joya de lo mejor del albañal de la clase política nacional a fin de poner en contexto mis comentarios: http://www.sinembargo.mx/19-08-2016/3082343

            Mientras Peña Nieto saluda a varios gobernadores y funcionarios con los que intercambia algunas palabras, Duarte aguarda su turno, solo, aislado, macilento, con las manos cruzadas y cara de niño (¿o será Nuño?) bien portado. Su impaciencia es evidente, pero su disciplina a las formas y los tiempos se impone. La espera de Duarte es similar a la del cardenal que aguarda turno para el besamanos del recién ungido. Duarte espera solo, estoico en su abandono, firme en su genuflexión, sereno por el servilismo aprendido y ejercido durante muchos años de “carrera política”.

            Llegado el momento, SU momento, Duarte recibe el desdén de Peña: apenas un golpecito en el hombro y la salida a toda prisa del huésped de Los Pinos. Duarte encaja el madrazo con evidente enfado, con dolor incluso, pero sumiso siempre: gira el cuerpo encrespado, la cabeza con resorte tarda en acomodarse, el orgullo herido, la soledad más densa. Una mueca que intenta ser sonrisa evidencia que el golpe caló en lo más profundo de la ilusión del gobernante con (vanas) aspiraciones.

            En el video se observa a Duarte mirar de soslayo a la cámara que ha seguido la escena en detalle. La mirada de Duarte es elusiva, esquiva, no obstante prepotente por la impunidad que da la experiencia de gobernar y delinquir sin consecuencias. La afrenta ha quedado registrada, pero el gobernador de Veracruz es ciego a la evidencia. Si se percató de la cámara (el video induce a pensar que si) la obvió en su posterior comentario en las redes sociales.

            Javier Duarte publicó en su cuenta de Twitter la siguiente fotografía:

foto artículo

            Duarte ha hecho de su mitomanía un culto con cada vez menos feligreses. Su tuit lo delata: presume un saludo que le fue escamoteado, una amistad que ha sido retirada, un interés político que ya es lastre, un lazo que existe sólo en sus devaneos. Mientras Peña Nieto evidentemente lo elude, Duarte de Ochoa lee una proximidad que le enorgullece, una fraternidad inquebrantable. Quizás sea la cercanía de la rémora, el orgullo del parásito, la presunción del emperador desnudo.

            ¿Dónde queda un gobernante desdeñado por un gobernante repudiado? Porque Javier Duarte no puede presumir de haber sido despreciado por un hombre de Estado, menos por un hombre de letras o de palabra, sino por un político de tira cómica, un estadista de oportunidad, un presidente teleprompter inmensamente corrupto y brutalmente represor. Y mentiroso, como Carmen Aristegui –entre otros periodistas- ha documentado con profusión y fundamentos.

            ¿Con qué autoridad se desdeña a un gobernante, cuando el desdén se hace desde el repudio? ¿Dónde queda un gobernante repudiado que desdeña a un gobernante igualmente despreciado? Fuegos fatuos entre gobernantes que quemaron sus últimos cartuchos presumiendo logros invisibles.

            Peña aplicó a Duarte el mismo trato que recibió de Obama y Trudeau: el desdén. La pequeña diferencia es que aquellos gobiernan a los Estados Unidos y a Canadá, países llenos de problemas y contradicciones pero con niveles de vida y estándares de transparencia muy por encima de los de nuestro mexicano domicilio. Nada más, pero nada menos.

            ¿Cuál es la estatura política de un gobernante que mendiga atención frente a un gobernante con una repulsa del 75 % de la población? La debacle de Javier Duarte no sólo se mide por las negativas cifras que arroja su administración, sino por los niveles de rechazo que concita y la inmensa indignación que convoca. Tan pobres son los resultados de Duarte, que mendiga ya no digamos indulgencias sino apenas un apretón de manos. Y no lo consigue. Su pírrica victoria se le fue entre los dedos. Aunque para ser justos tampoco hubiera logrado mucho: el saludo de Peña tiene el peso del peso mexicano en el concierto financiero internacional.

            Mientras la “clase política” que gobierna (al menos formalmente) se regocija en sus entretelones palaciegos y en sus ilícitos negocios, el país se desengrana por los asesinatos del gobierno federal en Tanhuato, en Nochixtlán, en Ayotzinapa, en todas partes y desde todas las fuerzas policiacas y militares. Mientras el pequeño y debilitado Duarte de Ochoa presume vínculos evidentemente rotos, en Veracruz las fosas clandestinas supuran dolor, muerte y complicidades. En tan solo unos días de búsqueda, el Colectivo Solecito Veracruzano ha encontrado 52 nuevas fosas con miles de restos humanos: http://www.jornada.unam.mx/2016/08/21/estados/025n3est

            Javier Duarte ha sido desdeñado por Peña, el presidente más repudiado del México moderno. Repudio ganado a pulso, por cierto. No sólo por su insensibilidad política, que quizás sería el menor de sus defectos, sino por la ficción que es el mismo personaje. Porque Enrique Peña Nieto es un personaje de ficción creado por los grupos de poder a través de las televisoras para imponer a México un régimen de explotación, expropiación y autoritarismo sin precedente alguno, ni siquiera durante el porfiriato. Vaya usted a saber por qué Peña ganó el casting presidencial, como vaya usted a saber por qué Angélica Rivera ganó el de “primera dama”, con acceso a bienes, cuentas, y favores de empresarios bien buena onda pagadores de impuestos.

            Lo que molesta y duele es que en México gobierne Peña, que es un personaje, y que en Veracruz gobierne Duarte, que es botarga apenas. Y lo que alarma es que entre el desdén del personaje a la botarga repudiada, el país de mujeres y de hombres, de niños, niñas, abuelos y abuelas plenas de esperanza y de orgullo, este país nuestro de carne, hueso e imaginación, se nos pierde en una fosa clandestina.

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