Preámbulo para el 2018

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

Preámbulo para el 2018

 

Washington – El resultado de las elecciones del 5 de junio tiene un solo significado: el repudio generalizado al gobierno de Enrique Peña Nieto, al PRI y a la corrupción del sistema partidista que no es más que un negocio para unos cuantos.

La declaración de rechazo a la impunidad, la corrupción, los compadrazgos políticos, los despilfarros y los abusos de autoridad, fue inobjetable. La derrota del PRI es el cansancio de la gente al descaro del gobierno federal que ha hecho caso omiso a las denuncias de abusos a derechos humanos cometidos por las fuerzas del Estado, y a la corrupción tan descarada de gobiernos como el de Javier Duarte en Veracruz, por citar solo a uno.

El mensaje del resultado de los comicios puede ser un preámbulo de lo que puede esperarle al PRI en el 2018.

Las reflexiones sobre los ganadores pueden tener vertientes encontradas. No se equivoquen quienes ganaron en considerarse los elegidos para el futuro del país. Mucho menos los dirigentes de sus partidos. El PAN sabe de referéndums. Si Peña Nieto está en la presidencia fue precisamente porque la gente se cansó de la ineficacia de los dos sexenios panistas, y más de tanto muerto que nos dejó la terquedad e ignorancia de Felipe Calderón, al declararle la guerra a un enemigo al que no conocía.

Los riesgos de la democracia son muchos y muy costosos. Lo estamos viendo con Peña Nieto, salió más caro el remedio que la enfermedad. México está sumergido en una recesión económica que ahora que el PRI perdió la gubernatura en siete estados, la Secretaría de Hacienda nos hará sentir la realidad para intentar detener el remolino electoral de 2018, que entre otras cosas podría incluso arrastrar con su fuerza al propio Luis Videgaray.

Como si no entendieran, en el gobierno de Peña Nieto se aferran a no descifrar el mensaje tan claro de los mexicanos. Las elecciones del 5 de junio no fueron un código cifrado. Perdió Peña Nieto, perdió el PRI y ganó el PAN porque tal vez fuera la menos mala de las otras opciones, nunca la mejor. Las alianzas partidistas enseñaron el cobre. Son la médula de la corrupción del sistema partidista que le resta credibilidad a sus líderes políticos. Pregúntenselo a los perredistas, o a los impresentables del Partido Verde y a los de Morena.

Habrá quienes digan que la victoria de Morena en la Ciudad de México es una buena señal para Andrés Manuel López Obrador. Podría ser, pero el nivel de abstención en la capital del país marca hacia otra dirección. Tal vez hacia una independiente.

Las carencias de autenticidad y de pureza ideológica que padecen los partidos políticos se reflejó en la apatía de los electores.

En estos momentos no existe nadie auténtico en el abanico de aspirantes a la presidencia del país para el 2018. Nadie se salva de ser más de lo mismo. Margarita Zavala, a quien reconozco ser una mujer inteligente, peca de amor por su marido. No se da cuenta de que lo peor que le puede ocurrir a sus intenciones presidenciales es tener como capitán de barco a Calderón, el responsable de los más de 100 mil muertos en seis años.

En su mundo de fantasía, personas como Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio Nuño, o cualquier otro priista que quiere mandar desde Los Pinos, viven una falacia y subestiman el mal humor que priva en la sociedad mexicana.

Es descaro que estos priistas quieran ganar los votos de la gente de la que se burlan con sus casas en Malinalco, con la garantías de impunidad que le dan a sus colegas correligionarios corruptos, y que no entiendan que les es contraproducente pertenecer al gobierno de Peña Nieto y a las filas del PRI.

Pobre políticos mexicanos, tan ricos, pero tan pobres de entendimiento, que es todavía peor a lo dicho por el priista mexiquense emblema de la corrupción, del Grupo Atlacomulco, Carlos Hank González.

López Obrador y los perredistas tienen una responsabilidad muy grande si quieren postrarse como la alternativa más viable en las elecciones del 2018. Deben acabar con la egolatría y la cerrazón de descalificar y tildar de enemigos a quienes no comulguen con ellos. Los escándalos de corrupción en el PRD no se han olvidado; en este partido, la impunidad entre sus dirigentes es repugnante. Muchos de esos perredistas solo cambiaron el color de la camiseta, tienen la misma piel y las mismas aspiraciones a costa de la sociedad que les reclama civismo y responsabilidad.

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