La omisión del papa Francisco

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Por Tinta Incógnita**

@TintaIncognita

La omisión del papa Francisco

El papa Francisco pecó de omisión en su visita a México. Falló en abordar los casos más graves y representativos de la violencia en nuestro país, y tampoco tuvo tiempo para las víctimas. Sus pronunciamientos solo condenaron generalidades y sus suaves palabras ante la violencia, la corrupción y la soberbia, se quedan en el aire.

Pan y circo para el pueblo

La visita del Pontífice no fue más que un espectáculo mediático orquestado por el gobierno. Esto quedó claro desde su recibimiento en el hangar presidencial, con alfombra roja, bailables, mariachis y más de cinco mil personas en las vallas y en graderías especialmente colocadas para el caso, hasta el mismísimo Cristian Castro, pues.

Cual león de circo, Francisco fue llevado en el papamóvil de un lado a otro de la ciudad. A su paso se veía poca gente en las vallas, quizá por un cierto declive de la fe pero más seguramente por el aparatoso operativo de seguridad implementado por el jefe capitalino, que más que proteger al Papa, ocultó la realidad mexicana y mantuvo al margen las protestas sociales que exigen justicia y paz.

El costo de este espectáculo se ha mantenido en completa opacidad. Sabemos que, al venir como Jefe de Estado, el gobierno mexicano tiene la responsabilidad de invertir en su seguridad, pero esto no justifica todo el dinero que se usó en remozar los lugares que visitó, el costo de la escenografía, la falsa realidad que se mostró al Papa.

La cifra total que significó esta visita papal es seguramente estratosférica. Solo en Morelia, donde el Pontífice estuvo apenas siete horas, se gastaron 119 millones de pesos, según indica el ayuntamiento. El gasto corre a cargo del gobierno federal y no de la Arquidiócesis de México, con la justificación de que es una visita de Estado, pero hasta donde tengo entendido, una misa no es un acto de Estado.

Un paseo por los horrores de México

Las escalas que se trazaron para la visita papal eran perfectas para tocar algunos de los problemas más graves que se viven en México. Las circunstancias eran inmejorables, pero al Papa le faltó voluntad -o le sobró diplomacia- para hablar puntualmente de los problemas de este país tan lastimado.

En la Ciudad de México, el Papa hizo sus más severas declaraciones. En Palacio Nacional dijo -palabras más, palabras menos-  que buscar el privilegio de unos pocos en detrimento del bien de todos da pie a la corrupción, el narcotráfico, la violencia y frena el desarrollo. La clase política, a la que se dirigen claramente estas palabras, no hizo caso al señalamiento, pero sí se preocupó por tomarse sus “selfies” con el Pontífice.

“Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia  e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo".

                                                             Papa Francisco

En la catedral metropolitana de la Ciudad de México, el líder máximo de la Iglesia hizo un señalamiento directo a sus obispos: “No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa”, dijo, refiriéndose a la corrupción y la opulencia.

En Ecatepec, uno de los municipios más pobres y abandonados del Estado de México, marcado por los feminicidios y la violencia, el Papa pidió por una tierra donde no se haga “de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”, “una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.

Mientras tanto, los “invitados especiales” del gobernador Eruviel Ávila vivían “el oportunismo de unos pocos” en una zona VIP, a costa de la “desesperación y la pobreza de muchos”, que esperaron hasta 12 horas sin agua  o comida y soportaron la fría noche a 3°C y la mañana de ardiente sol, en espera de poder ver al Papa muy a lo lejos.

En Chiapas, el estado más pobre de la república y la cuna del movimiento zapatista, el Papa pidió perdón a los pueblos indígenas que “de modo sistemático y estructural” han sido “incomprendidos y excluidos de la sociedad”. Además, en un valioso gesto de respaldo hacia los indígenas, visitó la tumba del obispo Samuel Ruiz, un gran defensor e impulsor de las comunidades indígenas.

En Michoacán, un estado envuelto en una ola de violencia por el crimen organizado, a la que intentan hacer frente los movimientos de autodefensas, el Papa llamó a los jóvenes a no ser “mercenarios de ambiciones ajenas”, no dejar la vida en manos del narcotráfico. A pesar de que en este estado nació Marcial Maciel, el máximo exponente de la pederastia clerical en el país, el Pontífice no dijo ni una palabra sobre el tema.

En Ciudad Juárez, localidad marcada también por los feminicidios y punto fronterizo donde la migración es evidente como una consecuencia de la pobreza y la violencia, el Papa ofició una misa al pie de la frontera, donde criticó las “terribles injusticias” que sufren los migrantes, “esclavizados, secuestrados, extorsionados” y víctimas del “negocio del tráfico humano”.

Las limitaciones diplomáticas del Papa como jefe de Estado eran evidentes, pero eso no había frenado sus discursos en otros casos, ni había impedido que se reuniera con las víctimas. Es más, una vez que estuvo fuera de México, en su vuelo a Roma, habló fuertemente de la pederastia clerical, calificando el acto de ‘‘sacrificio diabólico’’, y comentó que la reunión con padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos se frustró por ‘‘luchas internas’’.

Una palabra suya no bastará para sanarnos

No soy ingenuo, por más duras y concretas que pudieran haber sido las palabras de este Papa seguiríamos teniendo el mismo México. El país donde los feminicidios se cuentan por millares, donde los indígenas son discriminados cotidianamente, donde desaparecen 43 normalistas, 5 jóvenes y otras 27 mil 600 personas; donde los uniformados nos agreden en lugar de protegernos; donde sufren o mueren los migrantes a su paso; donde la tierra está sembrada de cuerpos en fosas clandestinas.

Un México donde más de mil menores han sido abusados sexualmente por sacerdotes, donde Marcial Maciel construyó una enorme estructura institucional para ocultar la pederastia, donde por lo menos cinco arzobispos -entre ellos el cardenal Norberto Rivera- han sido cómplices de este atroz crimen contra la niñez, encubriendo a los curas pederastas.

Sin duda, las palabras de Francisco no nos darían el milagro de la paz, la justicia y el cambio. Si los políticos no han escuchado los estremecedores gritos que suenan en cada rincón de la república, tampoco escucharán las dóciles palabras del líder de la Iglesia católica, pero con solo mencionar estos casos de injusticia y sufrimiento en el país, el Papa los hubiera puesto a la vista de todos. Tal vez así recibirían la atención que merecen.

En el averno hallarás la justicia que en este México no se encuentra. En el infierno sufren los pecadores, en México sufren los inocentes, los niños, los pobres, los indígenas, las mujeres, los periodistas, los migrantes. En este país nos toca sufrir a todos los de abajo.

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