Armas nucleares y geopolítica postcolonial

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Ricardo González Bernal

Coordinador del Programa Global de Protección de Article 19

@R1card0G0nzalez

Después de 10 años de presiones de la comunidad internacional, Irán se comprometió a un régimen bastante estricto de verificación de su programa nuclear para garantizar que no sea utilizado con fines militares y, a cambio, los países del P5+1 liderados por Estados Unidos y la participación de Reino Unido, Rusia, Francia, China y un representante de la Unión Europea (Alemania), se comprometieron a levantar la mayoría de las sanciones económicas que mantenían a Teherán y al pueblo iraní en un aislamiento asfixiante.

 

Un acuerdo impensable hace unas décadas. Irán, ese país en donde cada semana sus habitantes se reúnen para gritar “muerte a América”, aceptó el escrutinio de su enemigo. Si bien no es la paz definitiva para Irán, Oriente Medio o el mundo, es un momento que abre la posibilidad a una estabilidad sin precedente para la región.

 

La paz es un proceso continuo, no es, por lo tanto, una meta o estadía final de las cosas. Tal vez por esa confusión pocas veces nos encontramos con algo digno de ser celebrado en los asuntos internacionales. La diplomacia pareciera ser más bien el escenario en donde las desigualdades y excesos del poder de los gobiernos asumen forma concreta. El conflicto, la crisis y las relaciones de dominación parecen ser la regla, mientras que el consenso y la conciliación de intereses se reducen a muletillas retóricas. De ahí que el reciente acuerdo entre Irán y el grupo P5+1, después de más de año y medio de negociaciones, merezca ser apreciado en toda su dimensión.

 

Habría entonces que dividir el análisis desde dos perspectivas de manera simultánea, el desarme nuclear y, en segundo lugar, desde las dinámicas de poder de una de las regiones más inestables del mundo.

 

Primero, ese modelo de negociación multilateral diseñado para disuadir a los gobiernos que buscan(aban) construir un arsenal nuclear ya había fracasado antes, primero con Pakistán y luego con Corea del Norte. Desde que Estados Unidos detonó 2 artefactos atómicos en Hiroshima y Nagasaki en 1945, Reino Unido, Rusia, Francia y China decidieron construir su propio arsenal de armas de destrucción antes de que fuera firmado en 1968 el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Dicho tratado, más que prohibir el uso y posesión de armas nucleares, tuvo como objetivo congelar el status quo, es decir, mientras que compromete a los Estados no poseedores a no aspirar a construir arsenales nucleares, reconoce a los que ya los tienen (tenían) el derecho a tenerlos.

 

Desde las explosiones atómicas de 1945, se han construido más de 125,000 ojivas nucleares, de las cuales 70,000 siguen activas. Tres países han reconocido abiertamente haber construido un arsenal (India y Pakistán), mientras que uno (Corea del Norte) ha dado señales de tener el mismo objetivo. Israel mantiene una posición ambigua al respecto bajo el cobijo y protección de los Estados Unidos. Esta situación fue descrita por Indira Gandhi, la mítica primer ministra de India que impulsó el programa nuclear de ese país como una especie de “apartheid tecnológico”, en donde se imponen reglas estrictas a los países pobres, mientras los ricos hacían cualquier cosa menos reducir sus arsenales. Aseguraba inclusive que el hecho de que Estados Unidos hubiera negado su ayuda al sur de Asia en el desarrollo de sus programas nucleares civiles, obligó a Pakistán e India a recuperar su combustible irradiado e incrementar su dependencia con respecto al plutonio.

 

Ciertamente, la proliferación de arsenales nucleares es una locura inaceptable, pero el pensar que sólo los países desarrollados cuentan con la madurez necesaria como para no utilizarlos, es simplemente una falacia. Ahí está el ejemplo de India y Pakistán.

 

Más allá de la aversión comprensible a las armas nucleares y a la devastación que implican, es necesario analizar el tema con mayor detenimiento. La condición poscolonial es clave para entender la proliferación nuclear reciente, en especial para el caso de Irán. Un país que libró una cruenta guerra con Irak en los 80 y que implicó el bombardeo de varios de sus centros urbanos con armas químicas con el beneplácito de los Estados Unidos. Además, fue una pieza clave junto con Siria para contener los embates desestabilizadores de Estados Unidos y Arabia Saudita en la región.

 

Es innegable el lastre del fundamentalismo religioso de Irán, el cual se ha traducido en régimen antidemocrático. Pero también es cierto que en ese país perdura un pensamiento cosmopolita que intenta subsistir. A veces, de Occidente preferimos quedarnos con la imagen de los Ayatolas furibundos o de Mahmud Ahmadineyad y no vemos las perspectivas moderadas del actual presidente Hasán Rouhaní.

 

Ahora que el retiro de las fuerzas armadas estadounidenses sumió, otra vez, a Irak en el caos y que Siria sufre una de las guerras civiles más sanguinarias de la historia reciente de la humanidad, paradójicamente Irán y Estados Unidos enfrentan la misma amenaza: el Estado Islámico, un ente que ha sido descrito por Slavoj Zizek como un subproducto de la ultramodernidad capitalista.

 

El acuerdo no es la paz definitiva, simplemente es un anuncio formal de que las negociaciones entre Irán y Estados Unidos continúan. Pero es, tal vez, el anuncio de un proceso que permitirá atender una amenaza mayor que el anquilosado temor a la destrucción nuclear y que toma forma en el Estado Islámico.

El Huerto (16-Jul-15)
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