A bote pronto (Cuba y el bloqueo norteamericano)

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Alejandro Mosqueda Guadarrama

Camarógrafo y documentalista

Facebook: Moga Aleko

 

 

 

Cuba y el bloqueo norteamericano

El gobierno de John F. Kennedy hizo oficial el bloqueo a Cuba el 3 de febrero de 1962. Al correr de los años, diferentes disposiciones fueron agregándose para hacer más brutal el cerco comercial y financiero a la isla.

A partir de 1991 -después de la desaparición del campo socialista-, Cuba se quedó sin el respaldo del bloque de países de Europa oriental encabezados por la ex Unión Soviética, el cual representaba para la economía cubana un enorme respiro ante los efectos del cerco impulsado desde Washington, prácticamente a inicios de la Revolución.

En 1992, el Congreso norteamericano aprobó una ley que trataba de ser una especie de aguijón mortal para acabar con el proceso socialista de Cuba: Ley para la Democracia Cubana, conocida como Ley Torricelli, por ser Robert Torricelli –representante demócrata- quien la impulsó. Nada es casual. La Ley Torricelli fue aprobada apenas tres años después de la caída del socialismo europeo y a un año de la caída de la Unión Soviética.

La economía socialista cubana entró en crisis; por un lado, por los ajustes propios del sistema, y por otro, por el acoso permanente y cada vez mayor del cerco imperialista y la ausencia del comercio con el desaparecido bloque socialista. Se inició así una grave crisis económica que fue llamada Período Especial, con repercusiones muy serias en la calidad de vida del pueblo.

Ese momento que enfrentó Cuba, hizo que los cubanos se replantearan el camino emprendido para fortalecer su desarrollo desde una concepción socialista. Se cuestionaron y debatieron teorías económicas. La crisis afectó todos los campos sociales, culturales y políticos, no solo el económico. Para muchos teóricos, políticos y gobiernos, la debacle del bloque socialista ponía en entredicho la viabilidad de la construcción del socialismo en Cuba. En varias partes del mundo, la izquierda empezó a ser una opción cada vez más desteñida y, en muchos casos, organizaciones y partidos de izquierda se desmarcaron de todo aquello asociado a revolución o socialismo.

Se nos impuso la idea de que la “evolución-propuesta” ideológica de la humanidad había llegado a su fin. Parecía que no había camino a ningún lado; se habló del fin de la historia, de que la humanidad no tenía posibilidades de construir su desarrollo, más que por la vía capitalista y sus nuevas etiquetas o máscaras: el neoliberalismo o un capitalismo más humano, liberalismo democrático o democracia moderna. Se intentó imponer la globalización del capitalismo no solo como la mejor vía, sino como la única posible para garantizar democracia, libertad y bienestar. Sin embargo, “olvidaron” que es el sistema-modelo que genera la mayor concentración, especulación, usura de bienes y capital, a costa de la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población y de daños irreversibles al medio ambiente.

Los cubanos discutieron las formas, cambios o ajustes necesarios para mantener el rumbo en la construcción del socialismo durante el Período Especial. Se les presentó como prioritario sobrevivir a la crisis y mantener el sistema y, por otra parte, reinsertarse en las nuevas condiciones internacionales después de la extinción del campo socialista. A esto hay que agregar el aumento de ataques de propaganda ideológica orquestados desde los EE.UU. Nada fácil la tarea que enfrentó y enfrenta Cuba.

Los norteamericanos arreciaron su acoso y el bloqueo: en 1996, la Ley Helms-Burton; y en 2004, la Comisión para la Transición en Cuba. Las afectaciones en comercio de alimentos e implementos para la industria y la salud –entre otros- fueron graves. Sin dejar de ver las repercusiones sociales en la sociedad cubana, el sistema resistió, en gran medida por la voluntad y dignidad del pueblo.

El Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, en su discurso del pasado 27 de octubre de 2015 en la Asamblea General de Naciones Unidas, anotó lo siguiente: “Diez meses después de los anuncios del 17 de diciembre, no se ha producido ninguna modificación tangible, sustancial, en la práctica del bloqueo”. Y dio un ejemplo: “Hace apenas una semana, se aplicó una multa de 1,116 millones de dólares al banco francés Credit Agricole, que se suma a la de $1,710 millones al alemán Commerzbank el pasado mes de marzo, por realizar transacciones con Cuba y otros Estados”.

El funcionario dio cifras del monto posible del daño a Cuba: “Calculados conservadora y rigurosamente, los daños económicos que ha ocasionado, en más de medio siglo, ascienden a 833,755 millones de dólares, según el valor del oro. A precios corrientes, suman 121,192 millones de dólares, cifra de enorme magnitud para una economía pequeña como la nuestra”. Y dejó clara la postura en defensa de la soberanía y libre autodeterminación de la isla: “Cuba está dispuesta a aceptar las oportunidades y también los desafíos de una nueva etapa en las relaciones entre ambos países, pero jamás negociará su sistema socialista, ni sus asuntos internos, ni permitirá mancha alguna en la independencia conquistada al precio de la sangre de sus mejores hijos y de enormes sacrificios de muchas generaciones desde el inicio de nuestras guerras de independencia en 1868”.

La comunidad internacional rechazó en forma totalmente abrumadora la acción unilateral del gobierno norteamericano que impone un bloqueo comercial y financiero a Cuba: 192 votos por retirar el bloqueo, 2 por mantenerlo y cero abstenciones. Esta votación se dio el pasado 27 de octubre en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sin embargo, el bloqueo a la isla sigue.

Habría que revisar los resultados del proceso socialista cubano en los campos de la salud, educación, vivienda, deporte, cultura, en medio de un permanente ataque ideológico –con las mayores cadenas internacionales de comunicación trabajando con ese fin- y del brutal bloqueo comercial y financiero, desde que nació la Revolución, para vislumbrar la viabilidad de su proceso. Al compararlos con los resultados del capitalismo (dígale neoliberalismo o como usted guste), resulta evidente –como es en el caso de México- por qué se empeñan los grupos que acumulan la riqueza, producto de la explotación del trabajo y de la naturaleza, en generar una cortina de humo sobre Cuba y sus logros.

Mientras tanto, la derecha avanza en algunos países, de acuerdo con resultados electorales recientes: en Guatemala, luego de que el presidente y la vicepresidenta fueron obligados a renunciar y llevados a prisión, un comediante evangélico conservador ganó las elecciones; y en Argentina, un representante de la oligarquía llegó con fuerza al proceso electoral y obligó a llevar las votaciones a una segunda ronda, que se celebrará el próximo 22 de noviembre.

Aquí en México, el regreso del PRI a la presidencia no admite ninguna apertura que ponga en riesgo su estancia en el poder; el autoritarismo lo pintan hoy con frases que quieren aparentar claridad de rumbo y desarrollo, que es exactamente lo que no tienen. Ante las manifestaciones de protesta o disidencia, dejan clara su vocación autoritaria con una expresión popular que intentó ganar adeptos: “Ya chole”.

Es verdad, falta mucho por andar y construir en Cuba, pero mucho más –me parece- por estas tierras, y más bajo la mirada y designios de los vecinos del norte, que no nos tienen con un bloqueo y sí nos consideran –eso dicen- de sus contrapartes más importantes.

Entre las expresiones misóginas, machistas –en muchas partes de la ciudad- y las declaraciones cínicas de funcionarios gubernamentales, de nuevo recuerdo una vieja canción que dice “… cambia, todo cambia…”. Espero que sea signo de optimismo.

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