El huerto (8 de octubre 2015)

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Por Víctor García Zapata

Director de la Fundación para la Democracia

@victorgzapata

Retromanía, reinvención de símbolos y proyecto de nación

En su libro Retromanía: La adicción del pop a su propio pasado, el crítico de música contemporánea Simon Reynolds desarrolla en el primer capítulo todo un tratado sobre la nostalgia que bien podría ser tomado en cuenta ahora que nos hemos embarcado en la iniciativa pormexicohoy.org para construir un nuevo proyecto de nación y movilizarse para enmarcarlo en una nueva constitución.

Muchas de las anotaciones que Reynolds hace en relación con la música podrían ser aplicadas a la acción política. Así como, según el crítico, el principal peligro para la cultura musical contemporánea es su adicción al pasado (álbumes tributo, cajas recopilarias: cada nuevo año es mejor que el anterior para consumir música de ayer), lo peor que a nosotros puede pasarnos es intentar revivir un modelo de Estado agotado incluso en sus bondades solidarias postrevolucionarias, y, peor aún, en donde la conciencia del apocalipsis actual y la nostalgia del mejor pasado sean los únicos elementos de legitimidad. A ello, sin duda, ni se convoca, ni se aspira.

No se trata de quedarse sin pasado, ni de dejar de inspirarse en luchas antecedentes que muchas cosas lograron, solo se trata de asumir el reto de, si bien se construye en los marcos del Estado, atreverse a explorar dispositivos y contenidos acordes al presente y de la disposición a poner en tensión sus perspectivas para no resignarse con apagar fuegos a diario, sino construir todo otro marco de relaciones entre todos los componentes del hábitat. Una nueva pedagogía tendrá que construirse en función de un horizonte transformador definido en colectivo, y a partir de ahí se tiene que actuar con sentido de proceso y realidad. Pero no podemos partir con base en un horizonte de lo inmediatamente posible, ni de lo que antes fue mejor, hay que eludir la narrativa señalada por Reynolds en torno a paraíso perdido y paraíso recuperado.

 

Para no hacer el cuento largo, aunque se recomiende la lectura del libro, Reynolds retoma la distinción que hace Svetlana Boym entre las manifestaciones personales y políticas de la nostalgia restauradora y la reflexiva. La primera, dice, “abarca desde la intransigencia gruñona hacia todas las cosas novedosas y progresistas hasta los aburridísimos esfuerzos militares por volver el tiempo atrás y restaurar un viejo orden”. La nostalgia reflexiva, en cambio, para responder mayormente a nuestros intereses en tanto que “es personal, se abstiene de la arena política a favor del ensueño, o se autosublima a través del arte, la literatura y la música. Lejos de querer resucitar una edad dorada perdida, la nostalgia reflexiva se complace en la neblinosa lejanía del pasado y cultiva las agridulces punzadas de lo conmovedor. El peligro de la nostalgia restauradora radica en su creencia en que la “totalidad” mutilada del cuerpo político puede ser reparada. Pero el nostálgico reflexivo comprende en el fondo que la pérdida es irrecuperable: el tiempo hiere todas las totalidades” (Pag.30)

No se trata de borrar ese pasado al que, como dice Juan Villoro, le queda mucho futuro, tampoco se trata de inventar por inventar. Muchos de los componentes prácticos y programáticos de la lucha política vienen de larga data, el reto está en saberlos combinar sin formulas ni ataduras, sustituyendo los códigos clientelares, verticales, incondicionales y coyunturales por miradas de largo plazo, solidarias y libertarias.

Por todo lo anterior, estoy de acuerdo con Juan Carlos Monedero cuando dice que a la perspectiva rupturista de la Revolución y la transformación procesual del Reformismo conviene incorporarle la lógica horizontal, autogestiva, espontaneísta y libertaria de la Rebeldía.

Por ello también, me parece que en todo este proceso de construcción resulta indispensable recuperar, con potencial de manifiesto, las palabras de Ivonne Villalón frente a Cuauhtémoc Cárdenas, Alejandro Encinas (dispuestos ambos, como han sido siempre, a buscar y explorar formas y plataformas de hacer política), y todo el colectivo que por ahora es “Por México Hoy”, en el Centro Cultural Estación Indianilla:

“En todo este proceso es toral una nueva narrativa que recoja los agravios cotidianos compartidos y los transforme en emociones afines a todos. Aquí, la política ha de ser emoción, ha de ser deseo subjetivo, pero, sobre todo, deseo colectivo. Crear en lo público la posibilidad de desear, darle cabida a la emoción, de enamorarnos de una idea. Solo en la creatividad, la renovación de la palabra, en la invención de símbolos hay una posibilidad de encaminarnos todos hacia un anhelo común. En la narrativa yace la posibilidad de unirnos y movernos a través de las palabras, las imágenes y los símbolos compartidos, que ahora están rotos. Aquí es donde dos seres se funden en un todo. Aquí es donde arte y política se encuentran. Aquí nace la posibilidad, como dijo Foucault, de convertir la propia vida humana en obra de arte”.

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