Cuánta falta nos hace la rendición de cuentas

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

Cuánta falta nos hace la rendición de cuentas

Washington – El valor que aquilata cada uno de los ciudadanos en una auténtica democracia es la rendición de cuentas de los funcionarios públicos. En México no existe tal herramienta de transparencia y, por ende, no gozamos de una democracia plena.

Una reforma constitucional y político-electoral en el país podría ayudar a que los electores fueran quienes con su voto obligaran a los políticos y funcionarios públicos a rendir cuentas de sus actos y de su trabajo que remuneramos con nuestros impuestos.

¿Cuántos mexicanos no sabemos quiénes son nuestros diputados o senadores estatales y menos los federales? ¿Por qué no lo sabemos? Porque no existe un mecanismo de rendición de cuentas por parte de éstos. El Congreso federal mexicano bien podría catalogarse como la antítesis de una democracia genuina.

Nunca son buenas las comparaciones, pero en este caso vale la pena hacerlas. Ya pasaron muchas, pero muchas décadas desde que se terminó la dictadura de Porfirio Díaz. Vivimos ya en otro siglo y nuestros partidos políticos no se atreven, por sus intereses económicos, por la corrupción y por el miedo a rendirle cuentas a sus gobernados, a modificar las leyes que permitan la reelección, por lo menos a nivel legislativo.

En Estados Unidos, la reelección legislativa –sin meternos con la presidencial- ayuda a que los constituyentes conozcan y califiquen el trabajo de sus representantes distritales en el Capitolio de Washington, y a darle frescura, cuando es necesario, a su gobierno.

Los estadunidenses tienen en su poder un mecanismo altamente codiciado por millones de mexicanos: despedir o premiar a sus legisladores federales de acuerdo con el trabajo que les rindan con su labor dentro del Congreso para defender los intereses distritales.

La Constitución Política de los Estados Unidos permite y facilita la posibilidad de que cualquier persona –ganando la mayoría de votos en su distrito- pueda ocupar una curul en la Cámara de Representantes o en la de Senadores del Capitolio.

El legislador federal puede ser cualquier persona, sin que esto dependa de su oficio o profesión. En otras palabras, solo se necesita ser popular entre los constituyentes y ganar la mayoría de los sufragios para llegar al seno del poder federal.

La elección de un populista implica muchos riesgos; no obstante, los electores estadunidenses tienen el derecho y la obligación de determinar el futuro político del ungido. Si es representante federal, el legislador tiene dos años para demostrar y cumplir lo que en campaña prometió a los constituyentes; si falla, lo corren en los comicios siguientes al elegir a otro, pero si cumple, tiene segura la reelección, y si lo sigue haciendo, ésta es casi, casi, vitalicia.

Del otro lado del Capitolio, a los senadores federales los electores les piden cuentas cada seis años. No importa que tan importante y poderoso sea el senador a nivel del gobierno federal; si no cumple con los electores de su estado, se va. Así de simple y sencilla es la rendición de cuentas en las democracias saludables y pujantes.

Nosotros los mexicanos hemos vivido tantos y tantos pasajes de corrupción gubernamental, compadrazgos políticos y abusos a nuestros derechos, que por ello, por el hartazgo, no sabemos ni queremos saber quiénes son nuestros representantes en el Congreso federal. El puesto de legislador mexicano no es meritorio (ha habido algunas excepciones, pero pocas), es más bien de asignatura de los partidos, de los gobernadores, del Presidente y hasta de las televisoras, lo cual ya es el colmo de los colmos.

La falta de una reforma constitucional que permita la reelección expone el miedo que tienen los hombres del poder en México a la rendición de cuentas. ¡Qué saludable sería que en cada elección pudiéramos renovar el Congreso! Tendríamos la oportunidad de corregir nuestros errores electorales con nuestro mismo voto en los siguientes comicios, en caso de habernos equivocado.

Nuestra triste realidad es otra, la de ver a políticos como chapulines, saltando de la curul de una Cámara a la otra y así sucesivamente, porque no tienen que rendirle cuentas a sus constituyentes, solamente a sus partidos políticos y a sus intereses.

El reparto de las comisiones legislativas en nuestro Honorable Congreso de la Unión es la otra muestra de la enorme carencia de rendición de cuentas. ¿Para qué sirven las comisiones?, los electores no lo sabemos. Lo poco que de ellas escuchamos es que equivalen a muchos millones de pesos para el partido que de ellas asume el control.

En una democracia, la rendición de cuentas de gobernantes y funcionarios públicos es un órgano vital, y México ya está en el quirófano.

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