El informe y el ataúd (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

 

 

El informe y el ataúd

 

 

 

La imagen es elocuente: Peña Nieto rinde su quinto informe de gobierno con una escenografía de ataúd a sus espaldas. Grande en exceso para el muy pequeño político mexicano, no obstante el féretro resulta insuficiente para dar cabida a los restos de México. Como acertadamente lo dijo en un tuit @Oscar_jmora: “El ataúd de los Estados Unidos Mexicanos”.

          Además de la fúnebre escenografía, el quinto informe de gobierno de Peña será recordado por tres cosas: i) por los miles de espots transmitidos en medios y redes antes, durante y después de la ceremonia y; ii) por la total ausencia de autocrítica y el optimismo desbordado e insultante con el que se reportó “el estado que guarda la Nación” y; iii) por los innumerables tuits y memes que suscitó el informe, por cierto algunos de ellos muy atinados e incluso divertidos.

          El que durante decenas de años fue llamado “el día del Presidente” para Peña fue una jornada mortecina, alicaída y lastimosa, muy probablemente porque se trató de una ceremonia completamente artificial, carente de vena política, de rumbo estratégico y de fuerza social. Artificial el feo y grandote ataúd, artificial el copete, artificiales los aplausos, artificial el mensaje. De allí que las redes sociales hayan sido implacables en su crítica, feroces en sus juicios y hasta rabiosas en sus vituperios: el país de telenovela en el que vive y dice gobernar Peña Nieto (peñalandia) no es el mismo en el que millones de personas luchan día con día por sobrevivir, por mantenerse a flote.

          El “día del presidente” en su quinta edición con Peña al frente del gobierno fue una ceremonia con el fatuo y la pomposidad acostumbradas, pero lejos de fortalecer al mandatario lo sumió aún más en su propia estulticia, en su regocijo ante el espejo, en su vacuidad de siempre. El “día del presidente” para Peña fue una jornada oscura, eclipsada por sus yerros, su soberbia y su ambición. Peñalandia existe solamente en un set de televisión, porque el país está sumergido debajo de una densa nata de corrupción e impunidad.

          Las alegres cifras que Peña expuso como evidencias del éxito de su administración carecen de lo básico: credibilidad. Y eso, tratándose de un gobernante, lo es todo. De allí que resulten risibles, por ridículos, los intentos de los “analistas” y gacetilleros a sueldo por ensalzar las virtudes de la administración peñista, cuando a los ojos del país y del mundo México se hunde en los socavones de la impunidad, la negligencia y los pactos entre mafiosos (muchos con fuero, muchos sin él).

          Quizás ningún otro titular del ejecutivo haya llegado a su quinto informe con la debilidad acusada por Peña. Los pocos puntos que al parecer recuperó en las encuestas gracias a la enorme campaña en medios y redes, con toda seguridad pronto se harán humo por el próximo escándalo, por el siguiente yerro, por la próxima pifia. La inconsistencia, los desatinos y la corrupción han sido el signo distintivo a lo largo de su penoso gobierno. El quinto informe, lejos de enfilar a Peña Nieto hacia el último año de gobierno con fuerza social, con sólidas alianzas, con proyectos de envergadura, lo ha situado en una posición aún más frágil que luego de su anterior comparecencia ante el país. El quinto informe, el penúltimo, no mostró a un presidente en el cenit de su mandato, sino a un politiquillo de medio pelo, marrullero y mentiroso, que va hacia el ocaso de su “gobierno” en fuga, huyendo, ocultando hasta donde sea posible las huellas de sus innumerables agravios al país. En este contexto, el nombramiento del “Fiscal Carnal” reviste una importancia estratégica para el mantenimiento de la impunidad: la tarea principal de Raúl Cervantes será (en caso de ser nombrado Fiscal) borrar las huellas de los crímenes, eliminar las evidencias de los delitos y cubrir la vergonzosa fuga de Peña Nieto y sus cómplices cercanos.

          Olvidable el contenido del quinto informe, lo único que tal vez quede en la memoria será el ataúd en el foro del escenario. Ominosa presencia de triste gris, el sarcófago (¿presidencial?) evoca los 36 periodistas asesinados en el sexenio, los más de 140 mil muertos, los más de 30 mil desaparecidos entre ellos los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa.

          El ataúd recuerda también los crímenes de estado cometidos en el sexenio: Tlatlaya, Tanhuato, Iguala, Nochixtlán…. y la impunidad en la que permanecen. Desde el cajón fúnebre a las espaldas de Peña Nieto se dejó escuchar el largo grito de los agravios contra México: el aullido de la justicia mancillada, el bramido ancestral de la pobreza, el clamor de miles de mujeres ultrajadas, asesinadas y tiradas en cualquier lugar; el ataúd también recuerda las “reformas estructurales” y el caudal nefandos efectos que han causado: despidos masivos, desmantelamiento de PEMEX, violencia institucional, corrupción a la alza, inflación a la alza, salarios y empleo estancados o de plano a la baja, venta del territorio nacional  compañias extranjeras, entre muchos otros.

          El féretro del informe ha servido también como un enorme símbolo de la debacle del gobierno peñista, como expresión de una administración fenecida hace mucho tiempo y cuyos funcionarios zombies –muertos vivientes- se han cebado en destrozar a tarascadas lo poco que queda del país. Ese enorme ataúd ha sido el escenario perfecto para el informe de un cadáver político que apenas tiene fuerza para leer el teleprompter.

           

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