Historia y biografía

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Alejandro Saldaña Rosas
Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana
Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

 

 

 

 

Historia y biografía

 

El individuo es el producto de una historia de la cual trata de convertirse en sujeto.

Vincent de Gaulejac

 

 

A la memoria de la Dra. Elvia Taracena, colega y amiga

 

Para la mayor parte de las personas, su vida poco o nada tiene que ver con el curso de la historia. Ésta, si acaso, es una materia a cursar en la secundaria con poca reverberancia en las elecciones de vida cada uno de nosotros. Vivimos alejados y hasta ajenos de los Grandes Acontecimientos que marcan la Historia (todo con mayúsculas), sin reparar que nuestras biografías, por “pequeñas” que parezcan, son imprescindibles para la reproducción de lo social, es decir, para que la historia siga su curso. Al mismo tiempo, poco nos percatamos de las huellas de la historia en nuestra biografía y si acaso hay algún registro es más bien anecdótico: una fecha que coincide con algún cumpleaños, una anécdota familiar en medio de algún gran acontecimiento, una tragedia colectiva que agria la celebración íntima. Como caminos que corren paralelos, historia y biografía se hacen señas a la distancia, sin jamás tocarse.

            Esta noción, con enorme arraigo en el sentido común, es falsa: entre historia y biografía hay una serie de vasos comunicantes que las hacen impensables la una sin la otra. Estamos habitados por la historia de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestra región, del mundo incluso y del país sin duda alguna. Los códigos con los que interpretamos y nos situamos en el mundo no son sólo genéticos, responden a procesos de aprendizaje social, a herencias trasmitidas a través del lenguaje, del gusto musical, de las aficiones deportivas, de la sensibilidad estética. Como lo dice Agnes Heller: la vida cotidiana es el espacio de reproducción social de los particulares, de los individuos.

            Sin embargo, la naturaleza de esa relación no se devela con facilidad: es necesario construir una serie de dispositivos que permitan leer (no ler, como Nuño) los vínculos entre historia y biografía en cada una de nosotras, en cada uno de nosotros. En otras palabras: leer los lazos que hay entre el fraude electoral y nuestras elecciones amorosas, o entre la cotización del dólar y la autoestima como papá, o entre la migración y la masculinidad, o entre la reforma educativa y la violencia de género no son sencillas de develar, mucho menos de asumir cabalmente. Pareciera que los grandes trazos de la historia poco -o nada- tienen que ver con los nimios detalles de nuestras vidas y al revés: nuestras elecciones del día a día parece que no tienen la menor incidencia en el curso de los profundos acontecimientos que dejan huella en millones de personas. Pues no: nuestras “pequeñas biografías” se inscriben en el curso de la historia con preponderancia, con relevancia y vocación de futuro que apenas podemos atisbar.

            Las relaciones entre historia y subjetividad (biografía) han sido abordadas desde diferentes opciones teóricas y metodológicas, una de las más interesantes y fructíferas (a mi parecer) es la sociología clínica o perspectiva socioclínica en Ciencias Sociales. Esta vertiente del pensamiento social ha sido impulsada fundamentalmente en Francia y de allí se ha extendido a otras latitudes: Estados Unidos, Canadá, Brasil, Colombia, Uruguay, Argelia, Marruecos, México. Los autores centrales son Robert Sévigny, Gilles Houle, Eugène Enriquez, Teresa Carreteiro, Jacques Rhéaume, Vincent de Gaulejac y, en México, Elvia Taracena.

            Elvia Taracena, académica de la FES Iztacala de la UNAM fallecida hace unos pocos días, hizo una intensa labor desde la perspectiva socioclínica con niños y jóvenes en situación de calle, con migrantes, con trabajadores urbanos y rurales, con mujeres, con académicos y estudiantes, con empresarios y funcionarios públicos. Su trabajo se desarrolló en México y en Francia fundamentalmente, pero trascendió a otras regiones y países. A Xalapa llegó a través de varios seminarios de discusión y cursos animados por Mayra Ledesma y por mí, en la facultad de sociología de la UV. Gracias a ella, el poderoso pensamiento y la generosidad de Vincent de Gaulejac echó raíces en México. La sociología clínica llegó a México de la mano de Elvia y es tarea de sus amigos y discípulos (entre los que me cuento) que su labor persista en el tiempo y en la historia.

            La sociología clínica en México es cada día más relevante. Es imprescindible develar los vínculos que hay entre pobreza, delincuencia y masculinidades, por poner un ejemplo. O entre excelencia y acoso laboral. O entre feminicidios, impotencia sexual y acumulación de capital. O trazar los lazos que hay entre ascenso social y neurosis. O bien, entre exclusión social y vergüenza. O las relaciones que existen entre violencia, estética y derechos humanos. Las vetas son innumerables y la tarea es de enorme complejidad pero impostergable, en la tesitura de construir una cultura de paz que nos permita hacer de México un país por completo diferente al que supuestamente la historia le tiene asignado un sitio.

            La tarea consiste en dar(nos) cuenta de los lazos que vinculan nuestra biografía con la historia, en reconocernos como sujetos de historicidad, es decir, como sujetos capaces de hacer y re-hacer nuestra historia a partir de darle un giro a nuestra biografía. Las determinantes sociales son tales hasta que el sujeto (que está sujeto a esas determinantes) cobra conciencia de ellas y re-hace su historia, su biografía, con arreglo a expectativas más o menos conciliadas entre aquello que aspiramos y aquello que nos aspira. El individuo que se asume como sujeto está consiente de aquello que lo sujeta: ese es el principio básico de la libertad. Y sin el reconocimiento de un principio básico de libertad, cualquier atisbo de democracia es infértil. La democracia nos sitúa en el escenario imaginario de lo posible: nos permite ver(nos) en realidades difíciles y hasta imposibles, y salir avante.

            De allí que los resultados electorales no sean inocuos: su huella ya es un mandato: o bien para reproducir las inequidades alimentadas a fuerza de promesas y mentiras, o bien para intentar un pequeño giro en la historia. Los resultados electorales –más aún cuando son fraudulentos como en el estado de México- son mandatos: marcan rumbo, intención, expectativa de futuro.

            Así, votar (o no hacerlo, opción absolutamente comprensible y respetable) es hacer un guiño para que la historia se meta en nuestra casa. Desde luego que no se trata de un cambio radical y profundo, pero si de un cambio breve, minúsculo quizás, pero un giro en la historia construido desde la biografía de cada quien. Por eso el fraude electoral es mucho más que un asunto de números, tendencias y porcentajes: es un problema de biografías, de historias de vida.

            Si logramos hacer que la historia se siente en la mesa a compartir el desayuno diario, o una tarde de café, o un mediodía de pesadumbre, si logramos que la historia sea parte de nuestro día a día, seguramente tendremos biografías más complejas, no necesariamente más felices, pero sin duda alguna más humanas. Y con ello, tendremos un país que deje una huella de gratitud, rebeldía, solidaridad y alegría en cada uno de nosotros.

 

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