La guerra sucia (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas
Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana
Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

 

 

 

La guerra sucia

 

La guerra es la continuación de la política por otros medios.

Carl von Clausewitz

 

El eufemismo con el que se alude a la evidente violación del marco institucional electoral es elocuente: guerra sucia. Donde terminó la política –y qué si no otra cosa son las elecciones- la guerra toma su lugar en su peor faceta: sucia, incluso criminal. Y mire usted que en los procesos electorales en curso ha sido especialmente burda, desaseada y no olvidemos: esencialmente ilegal. Un Estado que organiza elecciones para vulnerarse a sí mismo a través de la violencia es un Estado criminal.

            Quizás sea una licencia desmedida hablar de guerra sucia cuando, en esencia, toda guerra es el agotamiento de la política, esto es, de la negociación y la construcción de posibilidades de conciliar intereses diversos para el bien público. Si la “guerra sucia” ha tomado por asalto al sistema electoral mexicano, es suficiente evidencia para demostrar que en México el voto libre, secreto, universal y directo es un postulado fallido, o cuando menos tullido. La dimensión de la guerra sucia es inversamente proporcional a la salud de la democracia mexicana, de ahí que las tarjetas rosas (Monex, Soriana o las que sean), la coacción del voto, los acarreados, los ratones locos, las urnas embarazadas, las cabezas de cerdo, las amenazas, los asesinatos, las golpizas, las desapariciones, las campañas de odio, los “periodistas” a sueldo, las encuestas inyectadas, las caídas del sistema y los mil y un delitos más de los que se vale el “sistema” para reproducirse, son moneda corriente y prueba irrefutable de su carácter eminentemente dictatorial. La dictadura perfecta, como Vargas Llosa la caracterizó y que se ha sofisticado a través de la “alternancia”.

            Acudo al lugar común: si estuviéramos en otro país, la guerra sucia electoral ya habría sido prohibida y los culpables sometidos a proceso, pero no estamos en otro sino en éste en el que la ley se viola con absoluta impunidad y los delincuentes no sólo no son apresados, sino despachan en elegantes oficinas de “gobierno”. ¿Es gobierno cuando permite, estimula y encabeza las reiteradas y evidentes violaciones al marco jurídico que supuestamente le da sentido y razón de ser? ¿Se puede llamar marco institucional al cochinero que permiten y prolijan el INE, la FEPADE, el TRIFE y los organismos electorales locales?

            En el momento de escribir estas líneas, las casillas siguen abiertas y los delincuentes llamados eufemísticamente “operadores políticos” están desesperados por sumar “votos” a sus candidatos. ¿Puede considerarse que alguien sufragó cuando hay coacción? Si el voto es libre y lo condicionan a cualquier entrega de “ayuda”, despensa, placas de taxi, mil o cinco mil pesos, favor especial o cualquier otra fórmula inventada para encubrir la trácala, no puede ser un sufragio libre. Frágil democracia electorera que se sustenta en el núcleo duro del sistema: la corrupción. Si se hiciera una suerte de auditoría electoral probablemente un muy alto porcentaje de los votos serían, en esencia, espurios, es decir, resultado de las múltiples formas de la imposición.

            En Xalapa, por ejemplo, cientos de taxistas se movilizaron para intentar allegar votantes a la candidata de la alianza PRD-PAN, Ana Miriam Ferráez, quien por vía de violentar la ley pretende forzar un “triunfo” que fue incapaz de lograr mediante el convencimiento de los electores. Era imposible: ante un electorado mayoritariamente ilustrado, las carencias intelectuales (por conceder) de la candidata resultaban insuficientes. Y a sus “operadores políticos” no les quedó más que acarrear votantes, sobornar funcionarios de casilla (algunos cayeron), reventar casillas, imponerse con violencia, amedrentar, acusar. Exactamente las mismas prácticas del PRI, ahora travestidas en azul y amarillo.

            Pero si en Xalapa el delito electoral circula orondo por las calles, en el estado de México la violencia es inaudita, brutal, demencial. El pánico a perder un importantísimo bastión de impunidad ha hecho que lo peor del PRI (es sarcasmo, lo peor del PRI se identifica al azar) haya salido a las calles, las plazas y los pueblos del estado de México, para con toda su brutalidad intentar salvar el peñasco del que Peña se apaña. Un pedacito de más de 11 millones de electores que mayoritariamente reprueban al atlacomulquense del copetín demodé. Peña ha perdido el estado de México antes incluso de los resultados finales del cómputo: la delicuencial compra y coacción del voto de los mexiquenses es la palmaria evidencia de que Peña y el pelmazo de su primo, Alfredo del Mazo, no cuentan con el respaldo de la población. Hace unos días escribí en twitter a propósito de las cabezas de marrano regadas afuera de las oficinas de Morena:

El PRI sacrifica a sus militantes para construir una estética del terror igual a la de los narcos: reconocimiento implícito de que son lo mismo.

            Y lo sostengo. La estética del terror de los narcos es exactamente la misma que la del PRI(ANRD): cabezas, sangre, destripados, machismo exacerbado, destemplanza a falta de argumento, chingadazos en ausencia de valor, balas porque no hay inteligencia, cobardía en cueros con grititos destemplados.

            ¿Tiene sentido participar en elecciones esencialmente fraudulentas? En mi opinión, es inevitable, y las formas de participación pueden ser muchas, sobre todo porque la participación no se limita al día de la elección sino que se trata de un proceso de construcción de ciudadanía y de institucionalidad. Si desde el gobierno se destruyen las instituciones, corresponde a la ciudadanía reconstruirlas. Utopía, quizás, pero hay que entrarle. No podemos seguir con la desazón de ver si “alcanzamos a vencer el fraude”. “Competir” electoralmente con la vista puesta en “a ver si nos alcanza” es participar dando por supuesto la inevitabilidad de la derrota fraudulenta. Apostar a sufragios que se construyen sobre la base de que el voto coaccionado, fraudulento, no será suficiente, es apostar por la más flaca, que a veces gana pero como resultado del hipotético avasallador número de votos, no de la legalidad. En esta “democracia” es impensable “ganar” por un voto, menos por un punto porcentual: la transa debe llegar al menos al .56%

            A las 7:30 de la tarde es predecible que los perdedores se declaren triunfadores: es su sino, en su derrota creen que el que grita primero es el que gana, como si fuera Bingo. Ana Miriam, Alfredo del Mazo, los derrotados, serán los primeros que salgan a cacarear un huevo que no han parido y que no les pertenece.

            Pírricos vencedores de la guerra más sucia y más infame que recuerde la democracia electorera mexicana, su “triunfo” es la manifiesta expresión de la debacle del sistema.

            Esta noche, el PRI-AN-RD han perdido, más allá de las cifras: su caída es cuestión de tiempo.

 

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