Javier Duarte: la escoria y la historia (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas
Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana
Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

 

 

 

 

Javier Duarte: la escoria y la historia

 

La aprehensión de Javier Duarte es el resultado de un pacto negociado entre el exgobernador y el gobierno federal. Varios analistas lo afirmaron, yo mismo lo escribí en este espacio: Duarte sería capturado cuando el gobierno de Peña lo necesitara. Bien, ahora lo necesita y fueron por él.

            Sería de una ingenuidad rayana en la estupidez aceptar la versión oficial en el sentido de que Duarte habría sido detenido como resultado de una labor de inteligencia (es un decir) de la PGR. Que lo hayan sorprendido en un hotel de lujo a pocos kilómetros de la frontera con México en plena Semana Santa, luego de que su familia voló desde Toluca hasta Guatemala, es uno de los peores montajes de PGR Productions. A otro perro con ese hueso.

            Las detenciones de Tomás Yarrington y Javier Duarte apuntan en una misma dirección: lavar un poco la cara del PRI ante los comicios en Coahuila (gobernador y ayuntamientos), Nayarit (gobernador y ayuntamientos), estado de México (gobernador) y Veracruz (ayuntamientos). De especial relevancia es la elección en la entidad mexiquense, cuna del cártel de Atlacomulco al que pertenece Peña Nieto, porque su peso en el padrón electoral nacional es muy importante. Ganar el estado de México allana el camino rumbo a la elección presidencial de 2018, sin que tampoco sea garantía de nada. Y resulta que ante la pasmada campaña del lerdo Alfredo del Mazo, y debido a que ni la ilegal intervención del gobierno federal en la elección logra levantar las posibilidades del tricolor, se optó por quemar un cartucho ya de por sí quemado.

            Javier Duarte es la escoria predilecta del PRI para ofrecer en sacrificio. No es la única, desde luego, en un “partido político” en donde hasta el más chimuelo masca tuercas la elección del sacrificado es un juego de azar: en tanto mujer u hombre del “sistema”, cualquiera es bueno. Para donde apunte y decida el azar hay un corrupto listo para el sacrificio.

            A Javier Duarte le ha tocado jugar el papel que a ningún político le gusta representar, pero está preparado para ello porque forma parte de la tradición en la que ha sido formado: le toca ser un despojo, un deshecho político. Como tal, es perfectamente funcional, útil y hasta imprescindible al sistema. Pudo ser otro, cualquiera, pero las circunstancias se alinearon para convertirlo en la perfecta víctima propiciatoria.

            Esto no significa que en tanto víctima ofrecida en sacrificio sea inocente, en lo absoluto, simplemente señalo que su grey, o su cártel, busca preservarse y perpetuarse a través del sacrificio de uno de los suyos. En tanto escoria, la clase política, los empresarios, los jerarcas católicos, los “líderes” de opinión, lo señalan con dedo flamígero, y buscan desmarcarse de cualquier tipo de relación. Si hace seis años se alinearon con Duarte y juraron lealtad al admirador de Francisco Franco, lo de hoy es pintar su raya y afirmar con gesto adusto que lo suyo fue una relación meramente institucional y, por ende, inevitable. Torpes por antonomasia, los próceres de la clase política (nacional y veracruzana en particular) no se percatan de que a cada deslinde le corresponde una certeza: cuando más tratan de separarse de Duarte, más se parecen a él: escorias del mismo linaje.

            El apestado, el despojo, la escoria, está allí para la conservación de la estirpe. En este sentido, que surjan personajes como los Duarte (Javier y César), los Yarrington, los Medina, los Padrés, los Moreira, los Borge, los Villanueva, las Gordillo y los que en breve estarán señalados por los ahora sus “queridos amigos” no es una desviación o anomalía del sistema: es la esencia del mismo. La impunidad se construye porque “todo el peso de la ley” de las “investigaciones hasta las últimas consecuencias”, y “caiga quien caiga”, es un guión perfectamente predecible, aburrido, insultante, indignante. Apuestan al olvido, la desmemoria, la indulgencia.

            Javier Duarte no es un accidente, un error, un aprovechado, un extravío del sistema político mexicano: es uno de sus mejores hombres. Fiel a Peña, recordemos las maletas repletas de dinero que salieron de Veracruz para financiar (ilegalmente) la campaña presidencial del mexiquense y que nunca, nadie, fue castigado por tal delito; vamos, ni siquiera se configuró como tal. Tampoco hay que olvidar que Veracruz proporcionó una modesta cantidad de votos en la elección federal de 2012 (poco más de 1 millón) pero aseguró curules en 15 de los 21 distritos electorales de la entidad, y con ello, logró afianzar posiciones clave para la construcción de los escenarios de impunidad imprescindibles para la reproducción de la corrupción, corazón del sistema. Y tampoco olvidamos que Duarte firmó diversos convenios con la brutalmente corrupta Odebrecht para proyectos hídricos en Veracruz. Así las cosas, sus propios compinches han convertido a Javier Duarte en una escoria, como premio a sus servicios prestados durante muchos años. Duarte es un despojo político, pero un despojo útil.

            De allí que indigne que las acusaciones en su contra no toquen ni con el velo de una suspicacia a su cómplice principal, la mujer que hace (¿hizo?) las veces de esposa, la “primera dama”, la procaz que llena cuadernos con pildoritas de autoayuda repetidas hasta la náusea. Karime Macías, la que parece ser la usufructuaria de los bienes mal habidos por su cómplice (¿esposo?) en negocios turbios, sería la dueña de una inmensa fortuna que la PGR dejaría intacta, como parte de la negociación con la escoria encarcelada en Guatemala.

            De igual forma que se personaliza en la (grotesca y hasta esperpéntica) figura de Javier Duarte el funcionamiento perverso y esencialmente corrupto del sistema político, los cargos por los que se le acusa también operan a manera de señuelo: inaceptable que Duarte sea procesado (si acaso llega a serlo) por operaciones con recursos de procedencia ilícita, peculado y delincuencia organizada y no por secuestro, asesinato y desaparición forzada. El señuelo es encarcelarlo por ladrón, cuando los delitos más graves que cometió incluso son de lesa humanidad.

            Duarte no pudo desviar recursos, como lo hizo, si no es con la complicidad del gobierno federal y porque la sociedad veracruzana estaba (lo sigue estando) paralizada a fuerza de secuestros, asesinatos, robos, extorsiones, desapariciones. Miles de familias de Veracruz han sido víctimas de la delincuencia organizada; delincuencia que es organizada porque se articula en los órganos del Estado: policías, ministerios públicos, jueces, diputados, senadores, etc.

            El gobierno de Javier Duarte asesinó a decenas de periodistas, campesinos, indígenas, maestros, estudiantes, mujeres. A través de Arturo Bermúdez Zurita, Marcos Conde, Luis Ángel Bravo, Erick Lagos, Flavino Ríos y otros exfuncionarios (algunos con fuero en su calidad de diputados) que fueron operadores “políticos” (viles cómplices), Javier Duarte desplegó una maquinaria de sangre y muerte en todo Veracruz. Las fosas clandestinas de Colinas de Santa Fe, El Limón, El Arbolillo y las muchas más que aún no se descubren son la evidencia palmaria de esta maquinaria que masacró a las y los veracruzanos y posibilitó el desvío de recursos, las empresas fantasma, las obras públicas simuladas, el desabasto en hospitales, la precariedad de las escuelas, la falta de inversión en el campo y en las costas, la depredación ambiental, la pobreza, la marginación, la desigualdad.

            Un signo mínimo de que la búsqueda de la justicia es lo que anima al gobierno de Peña sería ir al fondo de los asesinatos de periodistas en la entidad. Interrogar a Duarte, esta vez en serio y no un mero simulacro de interrogatorio, en torno al asesinato de Nadia Vera y Rubén Espinosa, por ejemplo (interrogatorio a cargo de la procuraduría de la Ciudad de México, por supuesto). O ir a fondo para castigar a los asesinos de Regina Martínez. O de tantos otros periodistas. A menos que hagamos presión y muy a fondo, esta posibilidad es completamente utópica: no hay voluntad de justicia.

            El gobierno mexicano, a través de la PGR, se limitará a “castigar” a Duarte con algunos años de cárcel, dejando intactas sus redes de complicidad y sin un amplio decomiso de sus bienes mal habidos; mucho menos será enjuiciado por los asesinatos, las desapariciones, las torturas. Al gobierno de Peña Nieto no le interesa la justicia, nunca ha estado en su horizonte, sino simplemente diseñar las estructuras de complicidad para que la historia se repita en una eterna banda de Moebius. Hasta que sea necesaria una nueva escoria que tal vez desde hoy esté ya siendo preparada.

            Así, la prioridad del sistema político en México es recrear las condiciones institucionales que le permitan su reproducción, esto es, su perniciosa permanencia en la historia.

 

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