Margensur (27 de julio 2015)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Investigador, profesor Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3

 

 

México: la producción social de la vergüenza

Para ser sujeto de su historia, el individuo debe comprender de qué manera sus afectos y su pasado han actuado sobre él. Le hace falta construirse para llegar a esa cualidad de sujeto. Ése es el sentido de ser “libre”. Pero el hecho de disponer de esa libertad de ser algo distinto a lo que es, es precisamente lo que genera que otro pueda causarle vergüenza de ser lo que es.

Vincent de Gaulejac

 

Desde hace siglos, la producción social de la vergüenza en México se apuntala desde varios frentes: racismo, patriarcado y pobreza son quizás los más notorios, más no los únicos. También hay vergüenza corporal: estar feo, gordo, chaparro, prieto, cojo, discapacitado. Vergüenza social por el origen étnico (¡eres un indio!), de clase (¡eres un donnadie!), de orientación sexual (¡eres un marica!), entre muchas otras formas de humillación. En la biografía de millones de mexicanas y mexicanos están inscritas las huellas de procesos sociales -exclusión, por ejemplo- que se viven en silencio como fallos propios, como yerros personales, como faltas por no “echarle ganas”. La vergüenza se produce socialmente, es un problema cuya raíz está en lo social e institucional; sin embargo, se sufre en silencio, en soledad, como carencia propia, como falta atribuida exclusivamente al individuo.

            En México, los agravios contra millones de personas, pueblos y colectivos son constantes y de enormes proporciones, no obstante la resistencia y la lucha social parecen menguadas frente al tamaño de la afrenta cotidiana; la vergüenza quizás sea una de las razones que ayuden a explicar esta (relativa) falta de participación en los asuntos de índole público. Un sujeto atenazado por la vergüenza tiene menor capacidad de organización, de resistencia y lucha. Esto nos conduce a afirmar que la producción social de la vergüenza tiene un componente de orden eminentemente político.

            En esta línea de reflexión también podemos (debemos) leer las transformaciones estructurales que se están imponiendo en nuestro país. Aunque parece obvio, hay que insistir en señalar que las transformaciones institucionales, económicas, políticas e ideológicas, a fin de cuentas se inscriben en las biografías de cada uno de nosotros, si bien de manera diferenciada. Esto es, y por dar sólo un par de ejemplos, el desmantelamiento del sistema público de salud (IMSS, ISSSTE) no sólo obliga a miles de personas a resolver por cuenta propia sus problemas de salud (con la consiguiente merma económica), sino también se convierte en mecanismo de exclusión y, por ende, de producción de sujetos avergonzados: quién tiene dinero accede a mejores servicios médicos, quien no, que cargue a solas con su enfermedad. O la reforma laboral y sus repercusiones en la precarización del trabajo: contratos temporales y breves, restricción de prestaciones, imposibilidad fáctica para organizarse sindicalmente, condiciones de trabajo signadas por el despotismo y la humillación laboral, etc.

            Los cambios estructurales en los ámbitos de la salud y el trabajo son dos muestras de cómo el sujeto es reenviado a sí mismo, esto es, cada uno de nosotros debe hacer frente por sus propios medios y con sus recursos a sus problemas laborales y médicos y si éstos no se pueden enfrentar atingentemente, la vergüenza nos invade.

            De esta forma, el neoliberalismo se expresa en la vida cotidiana de cada uno de nosotros. Ideología que encumbra al individuo y su racionalidad (el cálculo egoísta) como mejor alternativa para la regulación social a través del mercado, el neoliberalismo hace tabla rasa de las condiciones históricas y estructurales en que los sujetos se re-producen socialmente. El problema es que la enorme desigualdad social de México nos emplaza en diferentes escenarios para hacer frente a nuestros problemas de salud, laborales, educativos, de justicia o de vivienda. No es lo mismo enfrentar la enfermedad o el desempleo con cierto capital cultural (años de escolaridad) y redes de apoyo que desde el analfabetismo y el aislamiento. No es lo mismo ser un enfermo de clase media, que un enfermo pobre.

            El pésimo comportamiento de la economía (devaluación, nulo crecimiento, incremento del endeudamiento), la anemia institucional (en salud, educación, justicia, etc.), la ausencia de proyecto colectivo de país, tienen así una matriz biopolítica que genera individuos diezmados, disminuidos, acotados, por la vergüenza. Así, la producción social de la vergüenza es uno de los principales nudos en que se finca el sistema de dominación en las sociedades contemporáneas. Y en México el proceso adquiere enormes proporciones.

            Sí, somos un país sumido en la vergüenza.

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