Margensur (20-Julio-2015)

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Alejandro Saldaña

Sociólogo. Investigador, profesor Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3

Al final del túnel

El túnel por el que se “fugó” El Chapo Guzmán es largo, mide mucho más de los 1500 metros que dicen. El sábado de su “escape”, Guzmán Loera salió de su celda por el hueco de la regadera, y llegó justo hasta el Arco del Triunfo, en Paris, donde unas horas después aterrizaría Peña Nieto y su comparsa. Los honores en París corrieron a cargo del gobierno francés, la derrota y la humillación fueron para Peña Nieto, el triunfo lo obtuvo Joaquín Guzmán.

            Túnel largo que se explica fácil: imposible fugarse sin la decidida colaboración de funcionarios del gobierno peñista. Túnel perfectamente bien trazado, ventilado y con iluminación, que solamente se explica por el contubernio de las autoridades más altas (es un decir) de este país. Solamente así se explica que el narco más poderoso del mundo (a saber cómo se estima eso) se haya “escapado” de una prisión de “máxima seguridad”, hoy convertida en parada obligada del túnel-tour.

            El túnel de la “fuga” es, al mismo tiempo y de manera simbólica, el túnel en el que se encuentra atascado el país. Túnel cavado a cuatro manos, por así decirlo, entre delincuentes y gobierno, mutatis mutandis. Túnel de pobreza, ignorancia, devastación. Túnel de territorios invadidos, de pueblos desplazados, de mujeres violentadas, de ancianos desvalidos. Túnel de sangre y muerte. Túnel de ejércitos y policías ruines, de explotación económica, de mentiras diarias en los medios. Túnel de ríos muertos y ciudades asfixiantes. Túnel de hospitales desabastecidos y escuelas decadentes. México hoy se llama túnel. Y no se ve ninguna luz al final.

            Da lo mismo que la “escapatoria” del capo se haya dado por el túnel, por la puerta grande o en un carrito de lavandería, como cuenta la leyenda que ocurrió en la primera “fuga”. El único hecho incontrovertible es que El Chapo está de nuevo en libertad. Y esa libertad sólo pudo obtenerla con la complicidad de funcionarios de las altas esferas del gobierno federal, no hay de otra. Esos son los comentarios que se escuchan en las calles de Medellín, ciudad donde Pablo Escobar Gaviria fincó sus redes de poder, corrupción, sangre y miedo. Los Paisas saben bien que la libertad ganada en fugas imposibles sólo se explica por la complicidad de los gobernantes. Hace unos días un amigo antioqueño me dijo: “los mexicanos son bienvenidos, menos uno: El Chapo”. La gente en Medellín está bien al tanto de las fugas imposibles y sus protagonistas principales: el gobierno en primer lugar, El Chapo como personaje secundario. El recuerdo de la “fuga” de Escobar de la cárcel de Envigado (llamada La Catedral, cárcel que el capo construyó a su modo para recluirse voluntariamente) está fresco. Aquí en Medellín la gente lo tiene bien claro: si el capo se fugó es porque el gobierno lo permitió.

            México está en lo más oscuro del túnel cavado por la debilidad –evidente derrota- de nuestras instituciones todas. No se ve ninguna luz al final, por el contrario, el socavón que tenemos que recorrer los próximos años se percibe densamente ominoso, umbrío por la voracidad de capitales locales y foráneos y por la rapacidad de la cleptocracia gobernante. El túnel de la fuga del Chapo es el símbolo de la debacle institucional de México, una muestra más de la opacidad y la venalidad con que mueven los hilos del destino de este país.

            El tiempo, la vida, el futuro de nuestro país está enterrado. Bajo tierra están los vestigios de enormes civilizaciones cuyos descendientes (mayas, mixes, nahuas, wirrarikas) son sistemáticamente excluidos, sojuzgados, oprimidos. Bajo tierra también los “recursos” codiciados por propios y extraños: gas, petróleo, hierro, plata, ámbar, agua. Bajo tierra se encuentran miles, decenas de miles de mexicanos asesinados y enterrados en fosas clandestinas por aquellos que escapan en túneles y en aviones. Bajo tierra, en lo oscurito, en las cloacas, se reproduce la plutocracia y sus sirvientes.

            La oscuridad del túnel impide ver salida alguna. No hay luz del otro lado. No aún. No antes. No siempre. Quizás nunca veamos la luz al final del túnel, ni siquiera el faro del tren que viene a arrollarnos en contrasentido. No hay luz al final del túnel, lo sabemos, no importa. Tenemos nuestras voces, nuestros gritos, nuestros rugidos. La rabia que se llora y luego se hace estruendo. Tenemos miles, millones de murmullos que se encuentran, se dicen, se conjuran. No vamos a salir del túnel guiados por una luz inexistente. Saldremos con las rodillas peladas, las manos rotas, la uñas muertas. Al final del túnel, sólo nuestra voz. ¡Shhh! Silencio… ¿escuchas?

Cero Decibeles - 15 de julio 2015 - En el estudio: Ave Sol
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