Realidad aterradora

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

 

Realidad aterradora

 

 

Washington – Bajo un ambiente de incertidumbre y miedo al futuro inmediato, Donald Trump se convertirá en el presidente número 45 de un Estados Unidos dividido étnicamente y sumido en el resentimiento de quienes ven en el nuevo mandatario el renacer del imperialismo perdido.

 

Con Trump en la Casa Blanca, llega la improvisación en los posicionamientos políticos, en muchos de los casos, basados en los impulsos ególatras del próximo mandatario norteamericano. Nadie sabe con certeza cómo va a gobernar el hombre que ha generado pavor entre las minorías étnicas de su país. Los afroamericanos, que desgraciadamente son los menos favorecidos económicamente hablando, lo tildan de fascista y lo contemplan como “el blanco que les arrancará de tajo un seguro de salud pública (Obamacare)”, que les ha permitido en los últimos años tener el privilegio de ser atendidos en hospitales y clínicas, sin tener que presentar primero una cédula que les acredita como cuentahabientes de una aseguradora de servicios médicos privada.

 

Enfermarse en Estados Unidos es un lujo y ese lujo será inalcanzable para los pobres en la era de Donald Trump.

 

La comunidad latina o hispana, que con su abstencionismo en las pasadas elecciones fue parte de lo que le permitió a Trump la victoria, tendrá que asumir su papel de minoría sumisa. El nuevo presidente considera a los hispanos y latinos menos que ciudadanos y trabajadores de segunda clase, una población invasora que pese a su derecho constitucional no merece ser llamada estadunidense por no tener la piel blanca como él. Los inmigrantes indocumentados de cualquier país, pero en especial los mexicanos, serán víctimas de una política migratoria que promete ser lo más inhumana posible.

 

La promesa de Trump de fincar una fuerza de deportación, no es más una promesa de campaña, ya está en Washington y pronto será enarbolada por un Congreso republicano que, aunque no comulga con su presidente, se siente reivindicado con el fin de la presidencia de Barack Obama, el presidente negro del que temían extendiera su legado de dignidad y políticas sociales con la elección de Hillary Clinton.

 

A las políticas públicas, Trump pretende privatizarlas. La reforma fiscal para reducir los impuestos a las grandes empresas y a los ricos, es su gran prioridad en materia económica. Qué ingenuos aquellos estadunidenses que le compraron a Trump su discurso de que si lo apoyaban los convertiría en millonarios como él. La nueva Casa Blanca hará más ricos a los ricos, ese es el lema.

 

El desasosiego frente a lo desconocido y la ignorancia política del próximo mandatario, aterra. Las fanfarronerías faraónicas de Trump de no dudar en utilizar las armas de destrucción masiva para castigar a los enemigos, en lugar de las herramientas diplomáticas que son cimiento de paz, tienen tufo de guerra. Ya lo escribió por Twitter, a él no le importa desatar otra carrera nuclear entre las potencias mundiales ni entre regímenes como el de Corea del Norte, país que no vacilaría en lanzar un misil con cabeza atómica contra cualquiera. Se nota que Trump no leyó la historia de las guerras mundiales.

 

En Wall Street hay nerviosismo. Sí, los grandes emporios financieros están seguros de que fiscalmente los beneficiará Trump. El nuevo presidente es experto en sacar ventaja de las leyes tributarias diseñadas para beneficio de los ricos. Pero en Wall Street eso no los conforma, intuyen que Trump los puede golpear si los republicanos lo dejan reactivar el proteccionismo, como él lo ha reiterado: “Volver a hacer grande a los Estados Unidos”. Una guerra comercial con el mundo será contraproducente para las empresas estadunidenses. Las exportaciones de Estados Unidos bajo la tutela de Trump serían más caras en cualquier mercado internacional y las importaciones más baratas. Eso implica desempleo. La conclusión es tan lógica como sumar uno más uno.

 

Estados Unidos sin duda echará de menos a Obama, la comunidad internacional ya lo resiente. Lo del muro en la frontera con México es lo de menos… ¡Que lo construya!, es su país, su soberanía y Trump el emperador. La construcción de la gran muralla la sufragará el erario estadunidense, de eso estoy seguro, aunque claro, sigue latente el pavor de que Enrique Peña Nieto levante la mano. No olvidemos que cuando el presidente mexicano promete algo termina haciendo siempre lo contrario.

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