Provincia sitiada

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

Provincia sitiada

Washington – La provincia, con su sencillez, calidez, calidad humana y magia cultural, ha sido orgullo de todos los mexicanos.

Lamentablemente y con mucha tristeza, esa provincia poco a poco perdió la inocencia y el atractivo por culpa de la corrupción gubernamental, la pobreza, las anomalías culturales y la falta de interés de la misma sociedad que la integra.

Hasta los pueblos pequeños alejados de la ciudad y que parecían inmunes a los males urbanos, son víctimas del deterioro político, económico y social.

La inseguridad en la provincia es la prueba fehaciente del fracaso del gobierno y del deterioro colectivo que nos adolece. Pueblos que hasta hace no mucho eran eso que nos contó Juan Rulfo en “El Llano en llamas”, son hoy víctimas de la inseguridad, el olvido gubernamental y la degradación ciudadana.

Se acabaron las tardes de buena plática entre vecinos mientras los niños jugaban frente a las casas. Ya es historia la insustituible tarde de ficha (domino), de baraja, lotería o billar. “Ya da miedo encaramarse en las hamacas del corredor por las tardes cuando baja el calor”, me dijo el padre de un amigo que vive en uno de esos pueblos con vegetación de paraíso terrenal y con un color de tierra de ensueño, metido en los cerros del Estado de México y de Guerrero. “Ya no se puede”, me insistió.

En gran parte de la provincia del país, por las tardes la gente se autoaplica un “estado de sitio”. Apenas se mete el sol, se encierra en sus casas y ya no sale. Los pandilleros y los asaltantes están a la orden del día y le han robado la libertad a la gente, igual que el crimen organizado y el narcotráfico nos robó o nos limitó la libertad de movimiento a los mexicanos por todo el país.

Es una lástima que la gente de los pueblos sea víctima de pandillas. Lo más grave es que esos pandilleros y delincuentes que someten a los pueblos a esos avatares no son fuereños, son hijos del mismo pueblo, jóvenes o niños que por la falta de oportunidades económicas y de educación son víctimas del alcoholismo y la drogadicción, que se convirtieron en criminales y en el terror de sus gentes.

Las calles de los pueblos bajo el manto de la noche ya no son seguras, hay atracos, acuchillamientos, violaciones y asesinatos. Los pandilleros se adueñan de las calles y las vuelven cantinas públicas, picaderos y/o centros de consumo de drogas.

En lugar de paredes blancas que dan ese toque mágico a las casas de los pueblos, hay lienzos de mal gusto pintados por grafiteros embrutecidos por el cemento o el tíner que inhalan. Más que arte, dibujan obscenidades. Ya no hay magia, hay delincuencia.

Las denuncias vecinales por el vandalismo, el crimen, las agresiones a transeúntes, violaciones, acuchillamientos y hasta asesinatos, pasan desapercibidas por las autoridades.

Los delegados municipales están de adorno, no sirven; no actúan en contra de los pandilleros o vagos porque entre éstos tienen familiares, amigos o conocidos. Los módulos de policía en pueblos que no son municipios son edificaciones horribles que lastiman la vista. Los patrullajes son de broma. Los policías de pueblo levantan borrachitos pero no a quienes deberían poner tras las rejas. Y los presidentes municipales o los síndicos, bien gracias, como dicen todas las víctimas de la inseguridad en la provincia.

Si los gobernadores de los estados y el mismo presidente de la república no hacen nada por la seguridad, menos los alcaldes o los delegados municipales. Total, que la impotencia es el denominador común de esos pueblos de México que ya no son como “El llano en llamas”.

Es absurdo que ante la falta de oportunidades económicas y de educación, la juventud y la niñez de la provincia quieran ser como los “caudillos” de la anomalía musical y cultural de los narcocorridos, cuando en la provincia del centro del país la música de tambora era el himno tradicional de las fiestas.

México se mantenía vivo en su cultura regional. La música de tambora siempre ha sido del norte. Hasta ese estilo de música regional ha sido distorsionado por la inseguridad y la incapacidad por corrupción de parte del gobierno federal para contener al narcotráfico.

En bautizos, primeras comuniones, fiestas de quince años, bodas, graduaciones escolares y demás celebraciones tradicionales de la campiña, ahora se escuchan, se bailan y se cantan narcocorridos.

¿Dónde fue a parar aquella música vernácula de la cual nos acordamos solo cuando tenemos unos tragos encima?

Que quede claro, los pueblos de México son un caldo de cultivo del crimen organizado. A este mal hay que erradicarlo de raíz y esa está en los pueblos de “El Llano en llamas” de Rulfo.

Atrás Serapaz TV - Rhizomática, autonomía en comunicación para comunidades indígenas- 15/08/2016
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